El hipocondríaco

Lo bueno de ser hipocondríaco es hacer las pases con la muerte con cierta regularidad. De esa forma, pienso que ya uno entrena para aceptar cualquier fatalidad. Bien es cierto que la pasas angustiado ante la incertidumbre de no poder identificar a qué se debe determinada dolencia o malestar. Sin embargo, no se trata de una angustia por la muerte en sí, sino de no saber qué tienes exactamente. ¡Eso sí me mata! Y yo que me como las uñas puedo llegar hasta el codo mientras espero a mi turno en los pasillos de cualquier clínica.

Pases con la muerte

Como la imaginación no tiene límites, así como la información disponible en Google sobre un sinnúmero de enfermedades, en más de una oportunidad acordé qué actitud iba a tomar si me diagnostican alguna enfermedad incurable. Lo más lógico es atravesar primero los cinco pasos de la aceptación (negación, ira, negociación, depresión y aceptación) para luego asumir la situación y tomar acciones según las circunstancias.

Cuando por fin tenga cabeza para controlar la desesperación que te quedan unos cuantos meses, semanas o días de vida, he pensando en simplemente irme a la deriva por el mundo. Sea en bus, avión o a pie, el horizonte es el límite sin importarme las comodidades. La razón es sencilla: prefiero morir de manera accidental arriesgándome a actividades de mediano o alto riesgo que simplemente dejarme morir en la cama de un hospital.

Si voy a morir que sea yéndome al límite. No le daré el gusto a la enfermedad de que me mate primero.

Resignación

Podrán pensar que mi actitud ante una muerte anunciada es ciertamente cobarde: no lucho por mantenerme en vida, sino apuesto por tentar a una muerte accidental haciendo lo que más me complace. La verdad es que sí, imagino que para muchos es un acto de cobardía, pero realmente me vale.

No tiene nada de cobarde elegir mi propia forma de morir, porque no se trata de dar cuentas a los vivos de cómo has acabado tu vida, sino que forma parte de una autodeterminación personal. Hablo de una satisfacción tan única que no puede ser evaluada o valorada por opiniones externas. No hay valores absolutos sobre cómo debe ser una buena muerte.

Si no pude elegir el camino de la vida, porque así es la fatalidad. ¡Al menos sobre mi muerte elijo yo!

Foto: Jesse Krauß – Wikimedia Commons. Bajo licencia de Creative Commons