El antiintelectual

Uno de los problemas con la democracia es creer que la opinión de todos los ciudadanos es igual de importante. Pensar así resulta perjudicial si anhelamos un gobierno administrado por una ciudadanía ilustrada, porque no habría un reconocimiento a las competencias de la autoridad ni representatividad de los intelectuales entre los ciudadanos de a pie.

Dicha situación podemos verla todos los días en Perú. A pesar de los argumentos de un sinfín de intelectuales, la ciudadanía aún vota por los mismos corruptos e incompetentes de siempre para el Congreso. ¿Pero a qué se debe?

El filósofo Aeon J. Skoble retrata a la perfección esta situación: “Yo podría buscar apoyo (…) citando a un experto que estuviese de acuerdo conmigo, pero ante el experto que no lo estuviese, siempre podría replicar (…) ‘yo también tengo derecho de opinar'”. Lo que expone Skoble es la adaptación de los intereses personales según las opiniones de expertos que le favorezcan e invalidar al resto porque solo se trata de una “opinión” en una sociedad democrática, donde absolutamente todos tenemos el mismo valor de opinar.

Si todos tenemos el mismo valor de opinar, los intelectuales poco pueden hacer si sus argumentos dependen de los intereses y de la empatía ciudadana. El trabajo intelectual -y el espíritu crítico en sí- se vería afectado hasta tal punto que origine cierto antiintelectualismo en la sociedad. Leyendo la descripción del término notarás cómo se te revelan casos cotidianos de la política peruana como, por ejemplo, los congresistas electos sin formación universitaria e -incluso- se rehúsan a culminarlos a pesar de contar con los medios (caso Cecilia Chacón).

El antiintelectualismo es la hostilidad y desconfianza hacia el intelecto, los intelectuales y la actividad intelectual, generalmente, expresada en escarnio de la educación, filosofía, literatura, arte y ciencia como poco práctica y despreciable. Alternativamente, los autodenominados intelectuales, que supuestamente no logren asimilar los rigurosos estándares académicos, pueden ser descritos como antiintelectuales. Los antiintelectuales se suelen percibir y presentarse públicamente como defensores de la gente común —populistas contra elitismo político y académico— al proponer que los educados son una clase social distante de las preocupaciones cotidianas de la mayoría y que ellos dominan el discurso político y la educación superior.

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Cuestionar la democracia no es necesariamente un voto por la dictadura. No hay que confundir las cosas: una cosa es la democracia en sí y otra los sistemas de representatividad ciudadana. Obviamente sí estoy de acuerdo con unas elecciones libres, pero planteando mecanismos republicanos -como el Senado- para alcanzar cierto equilibrio social entre la representatividad de la masa y la ciudadanía ilustrada.