Los ojos de Andrés

Mi abuelo Andrés Paredes falleció unas cuantas semanas antes de partir a España por mi maestría. No recuerdo exactamente cuándo dejó de existir -soy pésimo para las fechas- pero eso es algo que no le presto mucha atención, porque son detalles que nada cambia la realidad. Mi abuelito se fue para no volver más. Así es la muerte cuando acaba la vida y a todos nos llega el momento. No hay nada nuevo con eso.

No me tomes por insensible, sino que la fecha es solo un número, una referencia temporal. Lo realmente importante son las circunstancias de una vida que se acaba y qué hizo cada quien para que ese momento sea el más agradable para quien tiene más probabilidades de partir. Uno piensa equivocadamente que son los ancianos, pero la verdad es que la muerte le puede llegar a los nietos antes que a los abuelos y no se trata de algo “antinatural”, sino todo lo contrario: esa es la naturaleza de la muerte. Repentina, dura e injustificable.

Lo que me trajo a escribir esta publicación es precisamente responder algo que siempre me han tratado de inculcar en todos los velorios de mi familia: aprovecha el tiempo con tus seres queridos que en cualquier momento se pueden morir.

Me pregunto qué tan lógico es este razonamiento, porque creo que es un imposible. Nadie puede aprovechar a alguien por una cantidad de tiempo finito para que -cuando esta persona muera- uno se sienta más relajado porque supo disfrutar del tiempo que tuvieron juntos. No sé, me parece difícil de entender, porque una pérdida no deja de ser dolorosa aún así tratemos de paliar la tristeza recordando los buenos momentos… pero aún así es insuficiente.

Como seres humanos estamos programados para morir, pero no para ver al resto morirse. Aún así falleciera tu hermano siamés, sentirás que te faltó tiempo para compartir con él. No se trata de tiempo, de años, meses o días de buen compartir, sino de momentos específicos que eliminan por completo el tiempo: de episodios de vida que perduran en la eternidad sin dejar rastro de cuándo o por cuánto tiempo ha sido.

Esos episodios son sumamente personales de quienes comparten su tiempo con otras personas. Nadie puede decirte que no aprovechaste a tu abuelo o padre muerto, porque tu relación con ellos es sumamente personal. Cada quien se guarda en la memoria los episodios que le sirvan de consuelo, porque finalmente cada quien es responsable de cómo se relaciona con sus familiares.

Curiosamente esas cosas las aprendí con la muerte de mi abuelo tras una incómoda llamada por teléfono debido a cosas que ni valen la pena recordar. Lo que sí creo que vale la pena es hacer de la muerte de alguien una reflexión que dure por la eternidad mediante la memoria y el compartir del conocimiento. Uno realmente muere cuando lo olvidan, incluso de sus últimas voluntades o lecciones que dejó para la posteridad.

Eso sí realmente es importante: una memoria imperturbable cuyo mensaje pasa de boca en boca hasta el más allá de los tiempos, y para esto creo ya tener una lista interesante de cosas que contar a mis hijos, nietos y bisnietos sobre mi abuelito Andrés: una milésima de sangre arequipeña por las venas, el amor de mi abuelo para satisfacer el capricho de su esposa al cambiar su nombre de Andrés Avelino Paredes (inspirado en el Brujo de los Andes, Andrés Avelino Cáceres) a solo Andrés Paredes, el cuidado a las plantas de cualquier jardín y la esperanza -¡LA ESPERANZA!- de haber un descendiente suyo que herede tus ojos celestes.

Esto último es lo más lindo de toda la historia, recordarte en cada nacimiento de nuevas generaciones con las ganas de decir “¡ven, tiene los ojos del abuelito Andrés!”.