Un simple paseo en bote
En el lago de la Casa de Campo hay un servicio de alquiler de botes. Esto lo supe desde la primera semana que llegué a Madrid -hace ocho meses- y hasta ahora nunca me envalentoné a rentar uno. Destaco la palabra ‘envalentonarse’ no porque tenga miedo al agua, sino porque evito la soledad que provocan las cosas que naturalmente se comparten entre dos.
No sabía qué hacer. En realidad deseaba estar en el medio del lago, dejándome llevar por la corriente artificial del lago. Pero supe que esa experiencia no sería completa, porque lo que realmente deseaba era expresar mis emociones con alguien más. Subirse al bote no es solo “subirse al bote”, sino ver en los ojos de alguien más mi reflejo de felicidad.
Fue por eso que decidí no subirme, a menos que alguien me acompañe. En el fondo mi intención es preservar la anécdota para cuando suceda de verdad. Si lo hacía estando solo, me sentiría como un náufrago entre tantísima agua. Además, hacerlo en dos oportunidad no tendría el mismo chiste.
Así que partí del lago para no volver hasta cuando tenga con quien abordar ese bote. Ha pasado el tiempo desde entonces y aún sigo pensando lo mismo, porque estoy convencido de que este “arrebato” no es por mí, sino por el afortunado/afortunada que realmente desee pasar un tiempo divertido conmigo. Lo que estoy aguardando no es un simple paseo en bote, sino una sonrisa contenida: una pieza original de mi alma.
Foto: Just Traveling. Bajo licencia de Creative Commons