Lo que nadie se imagina 8
Javier Peña cuelga el teléfono de su casa con una sonrisa: iba a pagar un buen precio por el asesinato de su esposa Elsa Mariño. Se sienta en el sofá y trata de ver la televisión pero no puede. Su mente, en realidad, solo piensa en cobrar venganza por la infidelidad de su mujer, que en esos instantes había salido a trabajar.
“Quiero que la mates junto a su amante”, había ordenado Javier al experto sicario con quien prefirió nunca verse personalmente para evitar sospechas. “No te preocupes, a penas termine mi trabajo, te llamo para el dinero”, dijo el asesino que hace un par de días había llegado a Lima desde Bogotá para probar suerte en el mundo del hampa.
Las horas avanzan y Javier no tuvo mejor idea que distraer la mente con callejeras. A sus 45 años no iba tener la misma suerte que a sus veinte, por lo que cogió el diario para revisar las ofertas de la sección ‘Relax’. Una vez escogida la presa, cogió el teléfono nuevamente para saber la tarifa y coordinar el encuentro. “Te espero, guapa, no llegues muy tarde”, dijo antes de colgar con una mueca de sonrisa estúpida.
Ambos pactaron en verse en un cuarto de hotel. Javier, siempre puntual, llegó unos minutos antes, por lo que separó de una vez la habitación e ingresó al dormitorio. Revisa el celular y ve que el sicario aún no ha llamado. Se desviste tranquilo, se mira al espejo y siente la energía de volver a comenzar su vida lastimada por la soltería crónica. En este caso, una viudez a contrato de sangre.
Tocan la puerta y Javier la abre semidesnudo. Su dura erección -ayudada por el Viagra- comenzó a decaer dramáticamente, pues tiene al frente a su esposa. Ella ingresa al cuarto y cierra la puerta con suma prisa para explicar por qué ejercía el trabajo más antiguo de la humanidad. Javier hace oídos sordos, no deja de gritar que su futura difunta esposa es una puta.
A quince minutos del acalorado encuentro, alguien llama a la puerta. Era un joven moreno, considerablemente algo y pregunta por Elsa Mariño. Ella, entre lágrimas, responde a su nombre. No pudo ni preguntar el motivo de la visita, pues dos balas atravesaron su cabeza. Absorto por la escena, Javier es un cuerpo inmóvil, tenso hasta los nervios que traicionaron su capacidad de respuesta inmediata. Otros dos disparos acaban con su vida, y su cuerpo inerte cae encima del cadáver de su esposa.
La policía llega tras la urgente llamada del dueño del hotel. Entre los objetos personales hallados en la escena del crimen, resaltan las billeteras con dinero de las víctimas y un teléfono celular con 56 llamadas perdidas de un número desconocido.
Foto: Yumi Kimura – Wikimedia Commons. Bajo licencia de Creative Commons