Ese trauma de niño…

De niño tuve un trauma que aún perdura hasta nuestros días. Mi madre y mi hermana me acusaron sin pruebas de haber robado cierta cantidad de dinero. Habré tenido trece años, recuerdo, esa noche que ambas me gritaron y me castigaron por algo que nunca hice. Tanto lloré clamando mi inocencia que tenía por pañuelo una toalla grande para sonarme la nariz y quitarme las amargas lágrimas de las mejillas.

Luego de un par de horas de tenso escarnio, mi hermana halló el susodicho dinero bien escondido detrás del televisor, sitio en el que ella misma lo había dejado, solo que se olvidó dónde. Tras descubrirse esto, se acercaron a mí para comprar mis disculpas con un helado que, por cierto, no recuerdo haber comido.

Desde entonces, cuando me siento la más mínima desconfianza sobre lo que afirmo, me agobia una tristeza tan dura que me conmueve hasta recaer en el solipsismo, una creencia metafísica de que lo único que uno puede estar seguro es de la existencia de su propia mente. Quién más que uno mismo es testigo de primera mano, abogado de oficio y juez dirimente de sus propias afirmaciones. Lástima que la garantía de éstas últimas recaen en la confianza de quien aprecia la narración, por más que esta sea mimética, veraz y fiel reproducción de la verdad observada.

Ahora pensaba sobre qué hacer cuando la persona que te escucha no da crédito de lo más noble uno puede hacer para exhibir el interés y cuidado que se tiene por ella. Duele, de cierta manera, los cuestionamientos de acto producido por el desinterés más puro que afirma las sensaciones percibidas, porque es como boicotear o corromper algo que sencillamente es por lo que es, y no es por lo que queremos que sea. En cristiano, por ser meticulosos en interpretaciones intencionadas, no apreciamos las formas más humildes y elementales de cualquier afirmación.

Duele, para terminar, ser juzgado por el miedo, ser incapaz de señalar con el dedo el pedazo de alma que atestigua su comportamiento en soledad, momento en el que esta se desnuda derrochando sinceridad.

Foto: Odd-Wad / Deviantart. Bajo licencia de Creative Commons