El hombre del saco de yute (4)

-¿Has viajado alguna vez?- Pregunta Karem, mientras se cambia detrás de un arbusto muy grande de un parque por Lince. Su dorso desnudo está cubierto por la luz amarilla de las calles. Jano está sentado en la vereda, cuidando de que nadie vea el cuerpo de Karem entregado al viento en la oscuridad de la noche.
-Por su puesto, viajo todo el día-, dijo Jano, extrañado de la pregunta.
-¡Pero te preguntaba si a otro país!-, repuso, riéndose, Karem al tapar sus pechos con el antebrazo, pues se le cayó el polo al césped.
-¿Pero qué diferencia hay entre viajar miles de kilómetros y unos cuantos metros? Puedo estar a metros de ti, y no verme, y sentir mi ausencia como si me fuera a otro continente-, respondió Jano, mirando la pista por si vienen policías.

El parque es grande, queda cerca del Touring, una academia de manejo muy conocida en Lima. Los árboles son grandes, de eucalipto, y dejan una sombra perfecta para una visita íntima. Unas cuantas parejas se encuentran en el parque ahora, viéndose a los ojos tras cada beso. Jano las mira con curiosidad. “¿Hace cuánto tiempo que besé a una mujer?”, se pregunta, mientras observa las hormigas de la vereda.

Karem sale del arbusto con su traje morado, tal como la noche anterior. Desde que se conocieron, ha dejado de consumir sus pastillas pese a haber confesado que era adicta a ellas de tiempo atrás.

Luego de ver a las parejas profesándose amor, Jano mete una de sus manos a su bolsita de yute para arrancar la esquina de una de las hojas para comérselas.

-¿Tienes hambre? Deberías comer otra cosa-, propone Karem, quien se sienta a su lado para ver qué tienen esos papeles de verdad. Aunque Jano contó que eran poemas, nunca pudo ver ninguno de ellos completos, es más, ni una sola letra, ya que Jano pega sus labios al borde de la bolsa de yute para masticar las esquinas sin que nadie vea el contenido.
-Sí, me ha dado hambre. Pero ya te dije, no es cualquier hambre. Vayamos a caminar, que debemos buscar lugar poder descansar-, contestó, al momento que tragaba el pedazo de papel. Sentía que los pliegues arañaban su garganta, pero el dolor es nada a comparación de la hambruna incierta que sufre Jano.
-Antes de ir, quisiera que me cuentes más de esos papeles. ¿Por qué los escondes tanto?-, preguntó Karem, acercándose a Jano sin los temores de antes.
-Son poemas, ya te dije…-, contesta, sabiendo que esa frase la ha repetido mil veces.

Karem lo mira con detenimiento. Mira los ojos de Jano, ve cierta verdad en sus confesiones, a pesar de que no sean de gran envergadura. Ve cierto miedo en él, en sus iris oscuros que se abren de par en par, como cobijando a Karem en sábanas de color café, dándole calor pese al frío de las calles.

-Eso ya lo sé. Te pregunto sobre qué dicen. Dices siempre que son poemas, pero no has leído ninguno-, pregunta Karem con cierto temor al ver a Jano viendo el pavimento como si no la escuchara, como si la certeza de sus dudas fueran puñales que acribillan su espalda.
-Vámonos, ya no quiero hablar de esto-, la miró con ojos desafiantes, pero con el brillo de un animal herido, lastimo y, sobre todo, con un apetito insaciable.

Ambos se levantan incómodos de la vereda. Jano se toma de la cabeza, esconde su bolsa de yute en los bolsillos y mira alrededor para conseguir un tema de conversación. Hace una retrospectiva, se acordó de la primera consulta de Karem, apuesta por recobrar ese tema de conversación.

-¿Tú sí has viajado? ¿Has salido de este país?-, Jano la mira en silencio, sabiendo que busca remendar su falta de tacto.

Ella lo mira resentida. “¿Para qué responder sus preguntas si no me quiere contar nada de sus estúpidos poemas?”, se preguntó. Solo atinó a ver las vayas publicitarias, entre las muchas que habían, se fijó en una que estaba ubicada en el paradero, en esos anaqueles de vidrio con luces fluorescentes: era de la aerolínea LAN que promocionaba paquetes turísticos a Buenos Aires.

-¿Te gustaría ir a Argentina?-, preguntó Jano, tratando de adivinar la especial atención que Karem tenía en sus ojos. Nuevamente, ella solo aprecia el afiche sin tomarse la molestia de responder.

Los ojos de Jano observan el afiche para ver qué tanto llama la atención. El póster parecía una hermosa postal de la ciudad gaucha, una fotografía panorámica de la ciudad con el obelisco de Buenos Aires al centro del encuadre. Jano ve a Karem con cuidado, tratando de no despertarla de su viaje imaginario. Sus dedos chocan de casualidad y solo los pulgares se unen sin soltarse. Karem aprieta el dedo de Jano, cerrando los ojos como si tratara de hundirse en el plano fotográfico. Pero por razones de miedo, de viajar a un país desconocido con un extraño, la despierta súbitamente del letargo. Mira a Jano a los ojos, tiembla de una pierna y se echa a caminar sola, soltando el dedito de su acompañante.

-¿Te gustaría despertar en Buenos Aires un día? Creo que sí te gusta el sitio-, preguntó nuevamente Jano, buscando piedad en la dureza de Karem, quien no se atreve a verlo mientras camina a cualquier sitio.
-No tengo mucho dinero ahora como para llevarte, solo mírame si es que te hablo-, ruega Jano con los ojos grandes y tristes. A pesar del gesto, ella sigue su camino hacia ningún lado.

Caminan por más de treinta minutos sin cruzar palabras, hasta llegar un generador de electricidad abandonado, esos que pululan entre las casas sin rejas de por medio. Ella saca de las manos los cartones que Jano coleccionó horas antes para echarse en el suelo. Karem se echa viendo la pared y, en menos de un minuto, sus respiros confirman que está en los brazos de Morfeo.

La tristeza de Jano es profunda, porque hizo daño sin querer a quien se preguntaba inocentemente por sus poemas. Resulta extraño cómo los miedos más profundos, esos que quieres evitar exhibir, puedan herir incluso cuando no se confiesan, como si el solo secreto de esconderlas pueden dañar el ánimo de quien nos quiere.

Se acerca donde Karem para darle un suave beso en la mejilla mientras duerme. “Discúlpame”, dice con voz quebrada cerca de la oreja de Karem. Antes de irse, abriga con cartones de más el cuerpo de la joven, quien instintivamente siente más calor de lo normal y su cuerpo se arrulla, abrazándose a sí misma. “Dormiré en el suelo ahora, pero ya qué importa”, se dijo, mientras volvía por el mismo camino, pero armado de una gran roca y un pedazo largo de metal oxidado.

Antes de abrir los ojos por la mañana, Karem sintió que había dormido sola toda la noche. Instintivamente, pasa las manos por sus alrededores para sentir la presencia de Jano. Comienza a sentir miedo, sus respiros son más fuertes: él había desaparecido.

Luego de estirar su pequeño cuerpito echado en el suelo, ella abre los ojos llevándose una gran sorpresa: la pared gris que ayer apreció antes de dormir estaba cubierto por el póster de LAN con la gran ciudad de Buenas Aires, cuidadosamente situado para que cubra la vista de Karem al despertar. “Lo lograste, Jano. Desperté en Buenos Aires”, se dijo, apreciando con una sonrisa el detalle.

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