El hombre del saco de yute (3)
“¡Pero qué carajo hago aquí”, se preguntó en su pequeña mente un hombre disfrazado de un saco largo y grueso de color morado, y unos calzados valerinas que, por ser muy chicos, parecían pantuflas pequeñitas. La gente lo miraba extrañada, pero sus movimientos firmes daban creer que solo era esos extranjeros chiflados que vienen a gastar su dinero en los casino de Miraflores.
-Sírvase, señor, aquí los bocaditos que invita la casa-, dijo el mozo del casino Atlantic City, ubicado en las primeras cuadras de la Avenida Benavides.
Jano estaba simulando jugar en una máquina tragamonedas. Él era muy torpe con el funcionamiento del dispositivo y hacía que metía monedas para luego pedir comida gratis con la mirada.
-Thank you, sir-, respondió Jano, la única frase que aprendió gracias a Karem, quien se la enseñó para hacerse pasar como turista. De esta manera, la seguridad y los mozos podían servirlo sin mayores inconvenientes.
Karem ya había hecho el mismo truco con un polo extra que tenía en su bolso, por lo que solo faltaba que Jano comiera del exquisito banquete del lujoso hotel. Los techos eran muy altos, la luz brillante y las señoras, armadas de cigarros, no dejaban de alar la palanca de la suerte para conseguir más dinero. No es un secreto que nadie esté satisfecho con su pensión de jubilación mensual.
Jano veía a Karem quien se pegaba a una de las largas lunas poralizadas para ver cómo se desenvolvía. Ella cargaba con todas las cosas de Jano en el exterior del casino, incluso con la bolsa de yute que guardan los poemas del mendigo. Karem era una buena chica, no se atrevía a ver lo que tanto ocultaba Jano, pues este no dejaba a nadie ver esos papeles. Eran todo un misterio, Karem no se atrevía a preguntarle sobre el contenido de esos papeles, porque Jano guardaba un silencio mortuorio sobre el tema. Ni si quiera cambiaba de tema con educación, solo miraba a los ojos a Karem y respondía cualquier otra cosa sobre la situación inmediata, como dónde ir a comer o descansar un rato. Sin duda, Jano no quiere hablar más del tema, como si lo hiriera o notase que tiene más debilidades que fortalezas. ¿Pero por qué diablos se comería el papel? Karem se rasca la barbilla pensando en una respuesta lógica a esa manía alimentaria de Jano. Siempre decía tener hambre, pero nunca parecía satisfecho.
El disfraz había ayudado bastante, Jano ya se sentía completamente lleno de estómago, pero, ya saben, el misterio de una hambruna voraz aún lo consumía. Estaba dispuesto a salir cuando un guarda de seguridad advierte sobre el dinero que arriesgó en el juego del azar: las cámaras de vigilancia notaron que nunca jugó, solo pasaba entre las máquinas y se iba muchas veces al baño.
-Señor, nos puede acompañar, por favor-, lo tomó del antebrazo un guardia de seguridad. Su gigantesca mano cubría casi toda la extremidad del pobre Jano.
-Thank you, sir-, respondió mecánicamente, como si fuera una máquina contestadora.
-Oh, carajo… Excuse me, sir. My boss wants to talk with you-, cambió de idioma inmediatamente el guardia de seguridad, jalando con más fuerza el antebrazo.
-Thank you, sir-, volvió a responder Jano.
-Did you understand my question?-, vuelve a consultar el guardia, quien se detiene un rato para ver firmemente al falso jugador, quien parece temblar por la dura mirada.
-Thank you, sir-, repitió Jano, pero más tembloroso, la única frase en inglés que Karem le había enseñado.
Un golpe en seco hace caer al guardia, mira al agresor: era Karem quien estaba armada de viejo bastón de madera. Sin preocuparse de dónde lo sacó, Jano toma de la mano a Karem para huir del local, no sin antes sacarse las balerinas para correr a toda velocidad a pie calato.
Los gritos de viejas adineradas comienzan a poblar la sala, el sonido de monedas chocando entre ellas se silencia. Al final, Karem y Jano logran escapar sin un rasguño. Se subieron a cualquier bus para solo huir entre la gente, no tenían el dinero suficiente para un taxi. El cobrador ni se tomó la molestia de cobrarles el pasaje: bastaba con ver su desesperación por sobrevivir en las calles.
El vehículo comienza a andar por la avenida Benavides. Karem, quien está sentada junto a la ventana del bus, observa a una pareja discutiendo frente al edificio Leuro, justo al frente del casino donde habían escapado. Se trataba de un joven de cabello largo, amarrado por una pañoleta, y una joven muy hermosa de bolso grande y vestida de negro.
-¿Qué miras?-, le pregunto Jano, ya despreocupado por una posible persecución. En su sano juicio, ¿a quién le pagarían por solo querer comer?
-A esa pareja… Tienen algo que me llama la atención, como si se quisieran besar, pero no lo hacen por miedo, a pesar que se toman de las manos-, cuenta mientras se pega al hombro de Jano. El susto hizo de Karem alguien más dócil.
-No seas fijona, tenemos que bajar en la siguiente esquina. Está haciéndose más tarde. Felizmente, yo fui el último en comer en ese casino. Debemos prepararnos para la noche-, recomendó Jano, quien se sorprende por planear en momentos de incertidumbre el futuro de los dos, como si se necesitaran sin haberlo siquiera mencionado.
Karem no quita la vista a la joven pareja, cual se pierde entre las calles, edificios y gente: una historia en suspenso mientras el resto de mortales andan de un sitio a otro buscando el camino más corto, piensa. Trata de acomodarse el mechón que fastidia su vista y se da cuenta que no puede mover la mano: Jano aún la tiene sujetada desde el escape del casino.
Foto: Casino Marina Del Sol – Flickr. Bajo licencia Creative Commons