«Bienvenido a Chile, po»

Mis primeros días en Santiago de Chile los pasé en una casa chiquita de Maipú, gracias a la ayuda de una buena amiga. Ella me presentó a un vecino, algo viejito y muy bonachón, quien me da la mano para saludarme respectivamente y decirme lo que muchos conocidos parecen haber acordado desde que se fundó la nación: «Bienvenido a Chile, po». La frase, por coyuntura internacional, vino acompañada con un «¡Chuta, nos quieres quitar nuestro mar!». Luego se acabó la conversación con varias risas y otro apretón de manos.

Cuando regresé a Lima, un amigo me preguntó preocupado cómo me fue, si me habían tratado bien y si no eran tan agresivos como él se los imaginaba. Le dije que no, más bien es todo lo contrario, son muy atentos y hablan chistoso -admito que se me pegó el dejo al regresar-. Él pensó que eran hostiles por sus comentarios en miles de foros que atentan contra peruanos. Le dije que no todos son así, ya que es un número muy reducido y es un prejuicio tonto desde la guerra que ya debe acabar.

Recuerdo que más toqué los temas de la guerra, la política internacional y el repaso de la historia latinoamericana en mis últimos días en Santiago. El secreto para no arañarse por los tópicos picantes es simplemente reconocer que la clase política no representa a todo un país, por lo que no debemos meter a todos en un mismo saco.

No recuerdo quién dijo la frase que cuando viajas a varios países, pronto te sientes un extranjero en tu propia tierra. Algo así me siento ahora tras conocer un país que tiene sus cosas buenas y malas, como todas las naciones, y eso permite hacer contrastes con mayor panorama internacional.