Dos hombres feos

Eran dos hombres feos, tan buenos amigos como horribles para el espejo. Cursaban las 14 primaveras que sabían a inviernos, ya que ninguna mujer pudo calentar lo que guardaban en el pantalón. Expertos en teoría sexual y cero en las clases prácticas.

Está demás decir que nunca besaron a nadie. Practicaban con sus manos, con los dedos como si fuesen los labios de alguien más.

Hasta que hubo el día en el que notaron que faltaban pocas semanas para que cumplieran los 15 años; una tragedia en un país donde la vida sexual empieza a los 12 y ellos ni estaban cerca de acariciar una teta y menos chupetear un labio de piquito. Un detalle curioso es que ambos nacieron con pocos días de diferencia. Ese mes pareció que Dios se enfermó.

Los dos hombres feos se quedaron hasta tarde en el colegio. Había quermés y ellos se encargaron del decorado del salón. Ambos conocían la tragedia del otro: la fealdad hace igual a los hombres y susceptibles a los pesares del amor no correspondido. Ya parecía no haber nadie en el colegio cuando uno de los dos aprovechó para hacer notar su desesperación.

-¿No te da miedo equivocarte en tu primero beso?
-Por algo es el primero, ¿verdad?
-Pero… ¿y si ese beso sale mal y no besas a alguien más hasta dentro de otros 15 años?
-No seas huevón.
-¿Cómo estás tan seguro? Ese primer beso puede ser con el amor de tu vida y hoy, ahorita mismo, la puedes cagar porque no besaste a nadie antes. Por eso estaba pensando en algo…
-¿Qué cosa?
-¿Si nos besamos solo para saber qué hacer?
-¡Estás bien cojudo!
-Nada, huevón. Ni lo llames beso si quieres. Solo es para practicar, para saber qué hacer. Tómalo como experiencia, así tu primer beso de verdad quedarás como el mejor besucón del colegio.

Hubo un silencio incómodo. Lo que parecía que la heterosexualidad iba a detener, la curiosidad mezclada con resignación e inseguridad juvenil pudieron más. Ambos eran tan feos que compartían la sensación de que no podían fallar en una oportunidad de oro con el sexo opuesto. Solo era una práctica, un favor de un feo a otro para apoyarse en el inicio de la vida sexual. Los besos son la llave del sexo, pensaban, salvo que pagues por el servicio del amor sin amor.

-Ya, está bien, puta madre. Pero nada de mariconadas, solo es pura práctica para no cagarla después.
-Sí, sí… ¿Acaso crees que te quiero cachar? Relaja, huevón. Ni que quisiera contigo. Hace rato que le tengo hambre a Josselyn.
-Ya, ya… Acércate no más.

Se acercaron tanto que sintieron la respiración del otro. Se acercaron aún más hasta chocar narices y otro poco más hasta sentir el calor de los labios. Ya era inevitable. Se besaron.

-Ya está, ¿contento? ¿Aprendiste algo?
-Puta creo que sí, ¿y tú?
-Sí, me parece que también. No seamos palta con esta huevada y sigamos ordenando el salón.
-Sí, sí… Hay que seguir…

No cruzaron palabras temiendo lo peor. Se olvidaron, y con el tiempo aprenderían, que los besos no vienen solos. Lo que estrictamente era una práctica acabó siendo cualquier otra cosa que ambos decidieron ignorar por miedo.

No querían confesar que habían cerrado los ojos.