Reconciliaciones

Hasta siento algo de vergüenza con volver a la actividad de escribir para este blog, pero el cuerpo parece pedírmelo a gritos con un hormigueo en manos y pies que me viene hartando desde hace semanas. Aunque el cuadro clínico parezca no tener diagnóstico, cada vez más estoy convencido de que su origen está en alguna parte de la psique. O, como lo vengo llamando desde hace unos días, «hackearse el cerebro».

En fin, solo pasaba por aquí para anunciar que se vienen más cosas tristes… y curiosamente en el mejor contexto de todos: una pandemia. ¿Acaso no es mejor momento para irse a la mierda? Como que la mierda de uno se opaca un poco con la «mierda global» de la pandemia y, entonces, damos por sentado que nuestros problemas no son tan graves, que colocarse una calibre 38 en la boca ya es algo que se puede posponer sin apretar la agenda. Matarse, al estar al alcance de miles, ya no tiene esa estela romántica si es que todos se mueren en el camino. Moraleja: las pandemias quitan la popularidad a los suicidas.

Gracias a los lectores que se han topado por casualidad con este blog durante la inactividad y discúlpenme con quienes esperaron algo mejor de este humilde espacio. No quiero sonar ridículo al señalar que me debo a mi público, porque no creo tener uno, pero sí hay algo más que me motiva a echarle cariño a este proyecto que despertó con las ganas más tristes de hacer las cosas para bien.

Como este mismo texto que expando a las 300 palabras para que alguien en Google tenga el goce de leerlas si el SEO juega a mi favor. ¿Y por qué? Como dije, las ganas de hacer bien las cosas, las cosas más tristes y así vivir mejor.