La fidelidad sin estar

Hay un momento en las borracheras en el que aflora la filosofía… o como dirían mis amigos, las ganas de preguntar huevadas. Y entre las muchas huevadas que uno puede preguntar tras varias botellas encima es saber qué le dirías a tu yo de hace veinte años. He escuchado respuestas de todo calibre y, me parece, que es la mejor manera de descubrir los defectos de los amigos y cercanos sin ser tosco con nuestra curiosidad.

Lo mejor de soltar preguntas así es que en un momento te tocará responder, y siempre respondo lo mismo: no tomarse las cosas tan en serio… y dentro de todas esas cosas, algo llamado la «fidelidad sin estar».

La «fidelidad sin estar» es la ilusión de creer que vives en una relación tácita, ambos envueltos en un halo de coqueteos y caricias fugaces, provocativas y de algo parecido al amor con voz entrecortada… Sientes la responsabilidad de rendir cuentas a un ser supremo, al juez que dictaminará si todos tus actos de fidelidad serán bien recompensados en el futuro, pero al final caes en la cuenta de que no había nadie más allí, no había juez ni responsabilidad, ni mucho menos futuro.

Sí, creo que es la mejor advertencia que puedo hacer a mi yo de hace veinte años. Me causa gracia saber cómo reaccionaría ante un consejo así viniendo de mi yo del futuro. Reconozco que puedo ser necio, pero aún así soy desconfiado.

¿Si mi yo de los 40 tuvo mejor éxito que este de los 30 y me daría un consejo totalmente distinto? Estoy convencido de que eso no sucedería… Eso me lleva a otra pregunta: ¿cuántas ideas duran para siempre en la vida de un simple mortal? O mejor aún, ¿qué haría falta para que una idea sea vigente en el tiempo? Pues se necesitaría de alguien que se tome las cosas muy en serio… Y es así como uno nunca aprende, incluso de las advertencias de uno mismo.