Cosas sobre «ver el mar»

Hay algo en el océano que siempre trato de relacionar con la vida cotidiana. Cuando te pasas más de hora y media viendo el horizonte desde una tabla de surf, la imaginación no tiene límites, más aún cuando tratas de no aburrirte en la espera de la mejor ola.

Se trata de algo sencillo. El mar tiene formas… A veces tiene olas grandes, otras pequeñitas… A veces está ‘pasado de vueltas’ (jerga sufista) y otras hasta parece un río por la corriente. El mar no siempre es el mismo: cambia constantemente y los buenos días sobre las olas pueden variar con un ligero cambio en el tiempo, en la marea, en el swell. Nada es para siempre, y me imagino que es la razón por la que hay veteranos que llevan décadas yendo a la misma playa, dando consejos a los más nuevos y uno que otro gritando a los ‘lanzas’ (otra jerga surfista).

Ahora, dentro de todas estas formas, hay un aspecto que me parece loquísimo. Si te dijera «mira el mar», lo más probable es que te tome menos de dos segundos para que observes desde la costa -o en medio del mar- todo el horizonte. Es algo fácil, se trata de una gran masa de agua, allí frente a nuestras narices.

Pero no es así de fácil…

El horizonte es tan grande cuando estás mar adentro que los ojos no se dan abasto, a pesar de la simpleza del océano. Bien puedes recorrer todo el horizonte en segundos buscando una buena ola, pero siempre se te escaparán algunas, ya sea más abajo de donde estás o unos metros más allá o menos acá…

Diría que hasta resulta inevitable, por lo que creo haber aprendido algo de esta experiencia: lo más «simple» no necesariamente es dominado por los sentidos… O como reza la frase trillada de los manuales de autoayuda, no todo es lo que parece. Aunque es probable que hayas escuchado el refrán antes de leer esta publicación, creo que son muy pocas las personas capaces de hallar el mismo significado en la naturaleza. Solo es cuestión de ver… y sentir.