Lo que nadie se imagina 38

Era un día de mierda cuando Camilo Ugarte entró a una tienda de electrodomésticos minutos antes de que cierre.

«Quiero esos cuatro televisores».

Miró su reloj algo apurado. Aún no era de noche. Sabía que estaba con el tiempo en contra.

No la pasaré solo… No la pasaré solo… No la pasaré solo…

Mientras esperaba por la entrega de su orden, Camilo ordenó un taxi con dirección a su pequeño departamento en Lince. Camilo sonrió al ver que la unidad llegó al mismo tiempo que sus televisores estaban listos para salir de la tienda.

No la pasaré solo… No la pasaré solo… No la pasaré solo…

Camilo bajó con toda prisa del taxi y pidió ayuda al chofer para subir los televisores. Obvio que eso le costó un pago extra.

Miró el reloj de la sala. La hora avanzaba.

No la pasaré solo… No la pasaré solo… No la pasaré solo…

Todos los electrodomésticos de la sala empezaron a ser desenchufados. Camilo necesitaba todos los tomacorrientes libres para su desesperado propósito.

El ambiente se oscurecía. Camilo enchufó sus nuevos televisores, cada uno ubicados sobre una silla de tal manera que formaban un amplio cuadrado. El área interior era considerable como para colocar en el medio una silla de escritorio -esas que tienen rueditas- y poder ver cada televisor de manera cómoda.

Instalado todos los equipos, Camilo procedió a configurar cada dispositivo para que tenga acceso a Netflix.

Toco acabó a las 9.47 de la noche.

Camilo tomó una larga ducha.

No la pasaré solo… No la pasaré solo… No la pasaré solo…

Se puso el mejor traje para la ocación. Descorchó un vino que había sido el regalo de su padre hace más de cuatro años y procedió a encender el primer televisor de la noche.

Esperó a que sean las 10:38:57 pm. para reproducir Forrest Gump.

De ahí fue con el siguiente televisor. Miró su reloj, hizo una rápida busqueda en Netflix y reprodujo ‘When Harry Met Sally’.

El tercer televisor. Miró atento nuevamente el reloj, hizo otra búsqueda en Netflix y dio play a la segunda parte de El Padrino.

Hasta que llegó el cuarto televisor. Otra vez echó un ojo a las manecillas del reloj y dio inicio al capítulo ‘The One With All The Resolutions’ de la serie Friends.

No la pasaré solo… No la pasaré solo… No la pasaré solo…

Camilo se sentó en la silla con rueditas que ubicó al medio de todos los televisores y se dispuso a ver, de vez en cuando, cada una de sus cuatro pantallas.

La botella de vino se iba acabando, así como el tiempo se acercaba a su hora final.

No la pasaré solo… No la pasaré solo…

Escuchó el ruido de la gente. Todos los del edificio comienzaron a gritar.

No la pasaré solo…

Empezó el conteo regresivo. Tres, dos, uno…

Camilo se levantó con energía tras un largo sorbo de vino. Se dirige al primer televisor.

«¡Feliz Año! Saludos mi querido Forrest, no te diviertas tanto esta noche. ¡Eh, teniente Dan! ¡Pero cambie esa cara!…

Luego al siguiente televisor…

«¡Harry y Sally! ¡Qué bonita pareja hacen ustedes! Merecen estar juntos toda la vida. ¡Woao! Sigan con ese beso, no distraigo…»

Y al siguiente…

«¡Fredo! ¡Michael! ¡Qué buen beso! Espero que esté todo bien con la familia. ¡Saben a qué me refiero!, ¿verdad?…»

Hasta que llegó al último…

«¡Vaya, chicos! Te envidio Ross por besar a Rachel. ¡Y ustedes, Chandler y Monica no se quedan atrás! Todos de hecho besaron a alguien esta noche… Todos besaron a alguien…»

Camilo cerró los ojos, volvió a sentarse y se acordó otra vez de su soledad.

Al menos, por un instante, sintió el alivio de tener a alguien más -aunque sea en su imaginación- al otro lado de la pantalla, celebrando lo mismo a la misma hora y con la ilusión de los finales felices.

Comenzaron a aparecer los créditos en todas las pantallas, tantos nombres importantes y todos igual de fáciles para olvidar.

Camilo apagó cada uno de los televisores. Se miró al espejo por primera vez en el año. Abrió la cama y se acostó para nunca más despertarse en un día de mierda.