Que nunca llegó

Te extendí
la mano
para tocar
el alma
que de
pedazos
moraba
el cuerpo
desnudo
en soledad.
Con mis dedos
te toqué
la fibra
sensible
de lo
espontáneo,
el éxtasis
de tu felicidad,
apreté la
lágrima
que derramas
al amar.
Y así
en tu cuerpo
mendigué
las caricias
gratuitas
de tus
impulsos,
lo que regalas
de noche
y te olvidas
de día.
Te mendigué
el beso
del saludo
para rogarte
el beso
del adiós
que nunca
nos despidió.