Las desopilantes aventuras de Ray Dhrama
Recuerdo el día que llegó este chiquito a mi tienda. Una cara de cojudo tenía. Llevaba unos lentes negros, algo gruesos para la carita que tiene y una ropa muy casual, parecía un bebé grande. ¡Toda una caricatura mal hecha!
¿Como me dice? Sí, claro que lo recuerdo. Creo que vino a mi local en busca de algo hace unos dos días, no recuerdo precisamente la hora, pero lo que me dijo sí que nunca lo olvidaré.
Estaba paradito allí donde estás ahora, al otro lado de la reja, y se quedó mirando los estantes como lo cojudo que es. Creo que estuvo así unos cinco minutos, así que me acerqué para…
-¿Desea algo, señor?
-Hay muchas cosas que deseo en la vida, pero temo que ninguna está en sus anaqueles.
-…
-Descuide, siempre es así… Hay cosas que no tiene precio, ¿sabe? Me gustaría comprarle algo de ‘motivación’ y dos gramos de ‘entusiasmo’, pero esas cosas que me hacen falta no la vendes tú ni la competencia.
-…
-Pero descuide, señito, esas cosas no se pueden comprar, aunque todos lo necesitemos. Qué injusto es la sociedad del mercado. Quizá lo más cercano a mis necesidades es comprarle ese jabón cuya modelo se ve sonriendo, como si bañarse con tanta espuma lo hace a uno estúpidamente feliz. ¡Así de igualito como la foto! Pero eso no sucede, ¿no, señora? ¿Alguna vez alguien volvió a su tienda porque se sintió igualito como el personaje de la foto de tantos artículos “felices”?
-¡Vete, drogadicto de mierda!
¡Cómo habré alzado la escoba que el chico salió corriendo como un pedo!
¿Si lo volví a ver? Pues la verdad que no. Primera y única vez que veo a ese chico. No es del barrio y eso es bastante raro, pues aquí tengo muchos caseritos.
Sí, señorita. Cualquier cosa que sepa de él le aviso por teléfono. Buenas tardes.
Foto: TheeErin – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons