Jet lag emocional

Soy un tipo poco empático. Lo reconozco y sé que está mal. Solo que no soporto ver gente triste por cosas que no pueden compararse con otras tragedias aún más traumáticas. ¿Lloras porque te dejó el novio? Hay gente que perdió a toda su familia en el Holocausto Judío y siguió adelante. ¿Para qué lloras entonces?

Pero venga, tampoco soy tan basura como crees. La comparación que acabo de hacer no necesariamente invalida la autenticidad del dolor de quien sufre un rompimiento. ¡Obvio que está triste! Pero siempre pienso que cualquier tragedia puede ser SIEMPRE peor. La tristeza es la misma, puede llegar a ser auténtica, pero los elementos que la originan tienen diferentes niveles de tragedia. No es lo mismo -en el sentido fáctico- a que se te rompa tu juguete favorito a perder a tus padres en un accidente de carro.

Volviendo a mi poca empatía. He tratado de teorizar lo que realmente me sucede y caí en la cuenta de que tengo jet lag emocional. Para quienes no conocen el término, el jet lag es un «desequilibrio producido entre el reloj interno de una persona (que marca los periodos de sueño y vigilia) y el nuevo horario que se establece al viajar a largas distancias, a través de varias regiones horarias» (Wikipedia).

Siguiendo esta línea, el jet lag emocional viene a ser un desequilibrio entre los acontecimientos actuales y las emociones que estos últimos ocasionan. No se trata de «no sentir», sino de sentir recién a las horas, días o meses las emociones contenidas. Vayamos a un ejemplo algo duro de contar.

Un amigo llamado Alonso falleció una noche en un accidente vehicular. Me enteré repentinamente por Facebook. Lo conocía de años, siempre nos reconocíamos los rostros a pesar de los años y tan solo unos meses antes del fatídico hecho habíamos quedado para tomarnos unas cervezas. A pesar de la incomunicación, siempre lo tenía presente.

Al enterarme no hice mucho. No me puse triste ni nada. Lo primero que hice fue preguntar en redes sociales dónde será la misa y el respectivo velorio. Todo el evento iba a ser mañana, así que preparé la ropa del día sin detenerme a sentir la pérdida. «¿Qué gano poniéndome triste si ya está muerto? No lo resucitaré poniéndome así», pensé.

Fui a la iglesia como corresponde y di el pésame a los padres. Los abracé, les conté de cómo Alonso aún vive en mi memoria y me senté en una de las banquetas para el inicio de la misa. Fue entonces cuando entró el féretro y solo recién las emociones me embargaron y pude llorar.

Durante 24 horas no sentía nada. Solo me detenía a pensar en las cosas que podía hacer para despedirme, porque en el fondo sentía que si me entristecía, los sentimientos perturbarían la lógica de cumplir el objetivo: obtener la información necesaria para ir al velorio.

El jet lag emocional viene a ser un instinto de supervivencia: apartar las emociones en situaciones graves para solo sentirlas cuando el momento lo requiera, sea en plena soledad o en un ritual como es el entierro cristiano. Esto del caso de mi amigo es uno entre muchos otros que, por sentido de privacidad, no desarrollaré.

Pero saben algo. Este jet lag emocional no es algo de lo que me sienta orgulloso. Me facilita al menos la lucidez en momentos críticos, pero hay momentos que me han hecho una pésima jugada, sobretodo cuando me exigen ser empático con los pesares de otro.

No es que no sienta. Sí siento, pero a mi manera… Qué mierda. Hasta para sentir también soy egoísta.

Foto: Leoplus – Flicker. Bajo licencia de Creative Commons.