Saludos de mar
Viajar en barco es una experiencia interesante. A diferencia de los otros medios de transporte, el barco te permite pasear por su interior con una comodidad increíble y facilita la visualización en 360 grados del panorama. Lo más bonito de la experiencia es poder saludar a otros viajeros como tú que están en otras embarcaciones.
Esto último es una práctica recurrente y siempre me llamó la atención. Pienso que se debe a la sensación de soledad en un espacio tan inmenso que al cruzarnos con otras personas dan ganas de saludarlas, incluso cuando se tratan de extraños en alta mar.
Será que cuando estamos en espacios con horizontes infinitos -en medio del mar- sentimos que nuestro de interacción se eleva considerablemente. En las calles no te pones a saludar a la gente que está a tres cuadras de distancia, pero en el mar puedes darte el lujo de hacerlo con suma cordialidad. Será porque desde el barco tienes la seguridad de que esa persona no se te acercará y mantienes así tu integridad, pero sí asumes el riesgo de saludarla de todas formas.
Casi lo mismo sucede, por ejemplo, cuando andas por una calle oscura completamente solo y observas a lo lejos otra persona que ocupa la misma acera. Siendo las dos únicas personas en dicho espacio, sientes que tu zona de confort está siendo vulnerada. Lo más probable es que cruces la vereda para mantener la distancia.
¿Pero por qué no hacemos lo mismo cuando estamos en una avenida muy concurrida? Será que en los espacios vacíos recién somos conscientes de nuestra relación con los demás en circunstancias determinadas, sea en una callejuela de nuestro barrio o en medio del mar.