Lo que nadie se imagina 14
Federico Gómez observa desde el fondo de la iglesia cómo su amada -la mujer de su vida a sus 28 años- se entrega en cuerpo y alma a otro hombre ante Cristo crucificado y ante los ojos de Dios.
“Si hay alguien que se oponga a este matrimonio que hable ahora o calle para siempre”, dice el cura por simple protocolo y sin prestar atención al público. “Esa vaina de que hacen chongo son cojudeces, nunca he visto nada en mi larga experiencia”, piensa divertido mientras suelta una ligera sonrisa.
Pero no cuenta con la astucia de Gómez, quien momentos antes salió de la ceremonia.
“En vista de que nadie ha manifestado…”. El cura no termina la frase cuando de pronto la puerta se abre con violencia de un solo golpe. El público voltea asustado. De qué se trata todo ese ruido.
No es más que Federico Gómez cabalgando un hermoso unicornio de color blanco y aprovecha la sorpresa para lucirse con la pose histórica de Napoléon cruzando los Alpes con su caballo, escena inmortalizada por el artista Jacques-Louis David. ¡Todos estupefactos!
Sin bajarse del hermoso animal fantástico, Gómez se acerca al altar y le dice a la novia: “Vente conmigo, huyamos de aquí… Toma mi mano y súbete, se nota en los ojos que me deseas en tus labios mientras tu piel se eriza con solo sentir mi respiro. Nunca seremos tan jóvenes como ahora”.
Ella tiembla toda como una maraca de brujita disfrazada de blanco. El novio se cae de culo soltando el anillo y este rueda hasta desaparecer entre los zapatos de tacón de las invitadas.
“Ya qué, vamos pe”, responde ella tan suelta de huesos y con una sonrisa de oreja a oreja.
Gómez hace relinchar al bello unicornio, hace nuevamente su pose de Napoleón y ordena al unicornio salir a toda velocidad.
“¡Vámonos! ¡Vuela como el viento, mi bello Spunky!”.
La pareja sale a toda velocidad y la iglesia queda en total silencio. Nadie habla mientras tratan de ordenar las ideas. El padre del novio toma la palabra: “¿De verdad llamó a ese unicornio ‘Spunky’? ¡Qué nombre para más cojudo!”. La risa contagia a todos los presentes, incluso al novio que de tanto reír le dolió el estómago hasta causarle el vómito. “Si bien vestidito y peinadito me dejó por ese chico, ¡ya qué me hará caso con el menestrón sobre la camisa!”, piensa mientras coge su pañuelo tratando de limpiar el desastre.
Gómez y su amada cabalgan a toda prisa por las principales avenidas de Lima hasta dar con la Panamericana Sur. Pero los problemas no tardan en aparecer.
Señorita de EMAPE: Son cinco soles de peaje, señor.
Gómez: Pero cómo me va cobrar si no es vehículo pesado ni nada.
Señorita de EMAPE: Son cinco soles de peaje, señor.
Gómez: Pero que no entiende, ¡es un unicornio, maldita sea!
Señorita de EMAPE: Son cinco soles de peaje, señor.
La raptada novia monta en cólera. “¿Por cinco soles te vas a morir?”, le dice a Gómez mientras saca su monedero del sostén. “Espera, sí debo tener. Busca en la guantera”, responde tratando de calmarse. “¡Pero esto es un unicornio, cabeza de chorlito!”, dice la novia entregando el dinero a la señorita de EMAPE. “Discúlpelo, no siempre es así”.
Los tres: Spunky, Gómez y la novia avanzan por la carretera hacia el sur, siempre al lado del mar, hasta hacerse de noche. El unicornio tenía cada vez menos fuerza. Su cuerpo se desvanecía lentamente hasta desaparecer, haciendo de sus carnes una especie de brillantina que se esparce en el desierto.
Gómez y su amada raptada se adentran lentamente en el océano. Es noche de luna llena. Él poza su mano sobre el mar, justo por encima del relieve en el que se proyecta la luz lunar, y extrae de esa luz un anillo de plata hermoso. Mira fijamente a su amada para hacer de su imagen un recuerdo inolvidable en lo que dura la mortalidad. “Ahora te hago mi mujer”.
La noche se ilumina hasta enceguecer al planeta entero. El tiempo se detiene a golpe de un beso. De sus labios fruncidos -cuyos átomos de carne impactan con suma violencia- nace un agujero negro que sobre las bocas de Gómez y su amada devora lo infinito.
Y así el universo se torna negro… como la oscuridad que ocasionan los párpados al ocultar la vista de Gómez, quien sigue sentado al final de la iglesia escuchando al cura decir: “Si hay alguien que se oponga a este matrimonio que hable ahora o calle para siempre”.
Gómez abre los ojos. Mira atento los diferentes cuadros de la sala en los que aparece Dios creando el mundo en siete días. Se levanta y grita a viva voz: “¡Si tan solo Dios hubiese creado a los unicornios!”. Silencio en la sala. Gómez abre las puertas y se larga caminando como torero -apretando bien los glúteos-, sintiéndose como en las películas donde el héroe nunca voltea a ver la gran explosión final.
Foto: Jacques Louis David