La soledad no es “estar solo”

Mi dormitorio es el más pequeño del apartamento donde vivo en Madrid. Recuerdo la mañana, luego de 16 horas de viaje, cuando la casera me lo mostró sin mucha expectativa sobre mi reacción. Para su buena suerte ocurrió todo lo contrario: me fascinó el espacio y se lo dije al instante.

Ella puso cara de póquer, simplemente no lo creía, porque no tiene mucha gracia. No sé exactamente cuánto mide el dormitorio, pero entran una cama de casi dos plazas, un estante medio flojo, una mesita de noche, un escritorio y un pequeño armario. El techo sí es considerablemente alto, por lo menos dos metros y medio. Felizmente cuento con una ventana, pero desde el segundo piso solo puede verse a los vecinos de enfrente. Al menos tengo luz natural, eso ya es bastante para mí.

Lo que la casera quizá no supo -y jamás se enterará- es que mi predilección por el pequeño dormitorio fue por razones existenciales de supervivencia. Seguro estás pensando en la facilidad de la limpieza y la capacidad de ordenar el espacio en tiempo récord. Eso sí, de hecho, pero hay algo más importante a nivel psicológico: la sensación de soledad.

Me encanta este pequeño cuarto, porque siento que ocupo todos sus rincones sin dejar espacio a la soledad. De haber sido más grande, los vacíos harían del dormitorio un universo donde mi ser (magnitud física y emocional) quedaría relegado a un segundo plano. En cambio, si es muy pequeño, las cuatro paredes constituirían una cárcel del alma, donde se vive físicamente, pero sin las dimensiones idóneas como para desarrollar la imaginación.

Ni un centímetro más ni uno menos. Mi dormitorio en Madrid es prácticamente un vientre donde mi ser habita a plenitud. Lo curioso es que no tengo las medidas exactas para calcular mi espacio ideal, pero imagino que es una variable bastante complicada de especificar. Todos tienen sus respectivos espacios ideales, unos más extensos que otros, para sentirse augusto consigo mismo y con los objetos que le rodean. Aunque no lo crean, esas cosas inanimadas tienen vida indirectamente en nuestro subconsciente: pueden ser testigos de nuestras derrotas, trofeos a nuestra dedicación o souvenirs que nos regresan al pasado con una sonrisa.

La soledad, entonces, no se trata de “estar solo” sin compañía alguna, sino de sentir que no irradiamos lo suficiente en los espacios adecuados.

Foto: ©2014 CubeArms. Licensed under CC-BY.