Abrazando como los monos

Hace unos meses se popularizó en redes sociales un documental de la BBC que mostraba la reacción de un grupo de monos langur ante la supuesta muerte de una cría de la manada. En realidad se trataba de un robot utilizado por la producción de Spy in the Wild para registrar la actividad animal en su máxima expresión, evitando así la interferencia humana en el hábitat salvaje.

Las imágenes de los monos abrazándose en el dolor, tal como si fuera un velorio humano, me hicieron recordar una vieja clase de filosofía en la universidad sobre el anima mundi. Esta idea concebía la totalidad del universo como un organismo en la que todo está entrelazado.

Giordano Bruno fue más allá y sostuvo que todo el conjunto del universo es un gran animal, cuya existencia está dotada de automovimiento y de vida, e incluye en sí a todos los seres y abarca a todos los espacios posibles. Es decir, cada uno de nosotros como unidad contenemos algo de todo, sea de las plantas, los metales e incluso algunas características de los animales.

Esto no es tan descabellada la idea si pensamos, por ejemplo, en el hierro de nuestra sangre. ¿Qué hace un metal en nuestro organismo? Considerando que la Tierra y sus especies (entre ellos, los humanos) se originaron a consecuencia de la interacción de miles de cuerpos celestes, resulta lógico pensar que la evolución se encargó de que los organismos más primitivos adoptaran estas pequeñas piezas de polvo espacial para transformarlas en los seres vivos de la actualidad.

Trasladando esta perspectiva panteísta del universo al video de los monos, me llamó poderosamente la atención el gesto del abrazo. Este acto instintivo en los monos lo hemos adquirido y delimitado según parámetros sociales: abrazamos en eventos especiales como modo de celebración o felicitación, así como símbolo de pesar y apoyo emocional.

Lo malo de estos parámetros sociales es que sobrevaloramos los abrazos y evitamos su uso extendido en situaciones de crisis que -a pesar de la rabieta- en el fondo queremos un abrazo para disipar el estrés. Esta capacidad sanadora no es un invento mío: la terapia Gestalt, fundamentada en el lenguaje corporal y el tono de voz, ha comprobado el efecto psicológico de los abrazos y cómo esta actividad física sirve para aumentar la conciencia de sí mismo en el paciente vía la percepción de las sensaciones, los pensamientos y los sentimientos.

Observando a los monos a través de la pantalla se me ocurrieron ideas interesantes sobre cómo extender el poder terapeutico del abrazo en la cotidianidad. El primer gran paso sería dejando el ego de lado y animarse por discutir abrazado a alguien. ¡Debe ser divertido! Muy pocas veces tuve la oportunidad de practicarlo, porque la otra persona no estaba dispuesta siquiera a acercárseme por las emociones tensas del momento.

Discutir, hablar o dialogar sobre algo difícil para ambas partes en lo que dura un abrazo es muy relajante. Ya de por sí no te sientes solo y físicamente percibes el cambio de actitud, porque «sientes» literalmente a esa otra persona. Qué símbolo más poderoso que el de dos personas abrazándose, tratando de fusionarse en una sola gran persona.

Foto: Manoj Nair – Wikimedia Commons. Bajo licencia de Creative Commons