Perdón es el aroma que la violeta deja en el zapato que la aplastó

Aún me acuerdo de las enseñanzas del padre Andrés Gallego en los primeros ciclos de la universidad. No faltaba quienes discutían sobre la necesidad de esta asignatura en la currícula, pero personalmente me resultó un aporte fundamental para la comprensión de la religión, así como aspectos fundamentales de la vida en los que nada resuelve ser experto en matemáticas o lenguaje. Ahora más que nunca recuerdo sus palabras sobre el perdón.

«Perdonar es reconocer la esencia humana de las demás personas y tratarlas como igual, con respeto y amor al prójimo. No confundir, por cierto, el perdonar con la justicia. Hagamos un ejemplo, digamos que tengo una esposa y ella me sacó la vuelta. Ella me pide disculpas y yo la perdono. Eso no significa que volveré a vivir con ella como si nada hubiera pasado, sino que reconozco su esencia humana, le tendré respeto y procuraré ayudarla, pero vivir como antes, jamás»

El texto que escribí no es exacto, pero algo así fue la enseñanza del día. Perdonar, chicos, no significa amnistía ni mucho menos olvidar las cosas. Perdonar es eximirle a esa persona el malestar que debe sentir por haber actuado en tu contra, tratarla como todo prójimo reconociendo su esencia y seguir para adelante. El perdón no quita la justicia, ni menos la consecuencia de los actos agravantes, pero sí alivia un alma que pide enmendar una falta para seguir adelante.

* Título de Mark Twain

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