Lo que nadie se imagina 9

Ni un millón de dólares habría cambiado la suerte de Clementina Céspedes. El juez parecía incorruptible y estaba por dictar sentencia en contra de la joven Clementina, que fue procesada por asesinar a su novio. Hasta se pintaba las uñas mientras el fiscal leía a gritos todas las pruebas en su contra. Lucía tranquila, sin apuros por los 15 años que pasará en la cárcel, aspectos que jamás creerías de ella si hubieses visto su rostro en los periódicos luego del arresto.

El juez se levanta de su sillón para brindar su veredicto. Recoge la hoja de papel que había redactado horas antes con la misma mano que antes lucía un hermoso anillo de matrimonio, llevada dos años de divorciado. Clementina deja a un lado el esmalte y habla con su abogado tras acordarse un elemento importantísimo a la hora de haber cometido su crimen. El abogado se quita los lentes y se para inmediatamente para ordenar un último alegato. El letrado camina hacia el estrado como los toreros en el ruedo, apretando el culo y estilizado, sabiendo que será el ganador del enredado juicio.

Clementina se acerca donde el juez y le dice algo oído, casi imperceptible. La reacción fue inmediata, el juez levantó su cabeza tras un chispazo de memoria que lo regresó a sus peores miedos conyugales. Él se puso de pie y se dirigió hacia una vieja máquina de escribir para rehacer el fallo. El fiscal se enteró entre comentarios lo que había objetado la defensa y supo en un instante que todo estaba perdido: había cometido el asesinato cuando ella reglaba.

Definitivamente, lo que no pudo hacer un millón de dólares en corrupción lo hizo la naturaleza mensual de las mujeres.

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