El hombre del saco de yute (5)

La sirena del patrullero policial alarman a la cuadra. Varios vecinos salen a las calles para observar la intervención de las fuerzas del orden. Además del ruido de la sirena, se escuchan golpes metálicos y el impacto de una gran roca sobre un plástico inquebrantable.

Dos agentes bajan del vehículo intentando rodear al vándalo. Este se da cuenta que está por ser capturado y aplica más fuerza para quebrar la cubierta del póster publicitario, pero sin dañarlo.

-¡Oiga, deténgase. Eso es propiedad privada!-, grita uno de los oficiales, quienes instintivamente lleva su mano derecho a la cadera para buscar su arma.
-¡Al piso, puta madre! ¡Deja ese fierro!-, gritó el otro policía.

Jano no hace caso a las advertencia. Ve que la cubierta se rompió por completo y logra sacar el póster entero, sin rasguño alguno. A penas pudo doblarlo antes de echar a correr, ya tenía lo que deseaba, pero ahora luchaba por escapar de los policías.

-¡Al carro, huevón. Este pendejo se nos escapa!-, escuchó Jano mientras sacudía las piernas a toda velocidad. El vehículo policial ya estaba en marcha, sabía que debía meterse por calles pequeñas, pasajes, para escapar de la velocidad del patrullero. Su corazón latía a mil, no podía rendirse fácilmente.

Jano emprendió la carrera. Para su mala suerte, las calles estaban tan vacías que no podía confundirse con la gente. Sin embargo, en plena marcha, observó a una pareja abrazada viendo los edificios, ella caminaba en el borde de un muro, cual equilibrista de circo, mientras él la tomaba de su mano derecha. A Jano se les hacía familiar, sobre todo ese joven de cola y pañoleta, quen vestía una sonrisa traviesa. Y ella, de nervios ricos cuando temblaba en los labios de su amado. Parecían dueños de la ciudad, amantes despiertos cuando el resto duerme.

Jano comienza a sentir arcadas, acerca su rostro a la bolsa de yute y come otro poco de papel. No puede descansar, la sirena de los policías están cada vez más cerca. A pesar de que su urgencia es escapar, sabe que debe cumplir su cometido; al menos, no desviarse tanto de su destino final.

Las piernas se le engarrotan luego de correr por veinte minutos. Comienza a cojear de un pie: la bolsa plástica se había roto y la planta de su pie estaba lacerada con piedritas y ramas. Comienza a dejar una estela de sangre en la vereda, pero Jano no siente dolor. Su cuerpo comienza a sudar, pero no se siente cansado. Las piernas son las únicas que traicionan sus órdenes, desobedecen su deseo de trasladarse lo más pronto donde Karem.

El ruido del patrullero es lejano, pero amenaza con hacerse más fuerte, y Jano estaba a dos cuadras del lugar donde dormía Karem. A pesar de que la pierna ya no le responde, aplica más esfuerzo para no gatear en los tramos finales. Una vez escondido, tratando de no despertar a la joven, Jano despliega el póster, lo corta donde está manchado por las letras para que solo se aprecie el paisaje de Buenos Aires.

Las manos de Jano comienzan a temblar, el apuro y el miedo son sus peores enemigos. Mira hacia atrás y escucha el ruido del patrullero aún lejos. Para medir la perspectiva de Karem al despertar, se agacha al costado de ella y posa sus ojos sobre la oreja de ella, así mediría dónde poner el póster para que lo vea al despertar.

Se levanta nuevamente para situar en mejor lugar el póster. El ruido del patrullero parece haber desaparecido, lo que calma a Jano mientras miraba ansioso el rostro dormido de Karem: se hacía la idea de cómo reaccionaría la joven. Se agachó un poco para ver más de cerca el semblante calmado de Karem, pasó uno de sus dedos sobre la mejilla de la princesa durmiente. Quiso besarla, pero un viento frío recorrió su espalda antes de atreverse. Escucha el sonido hueco de una puerta de carro y teme lo peor.

Los guardias, quienes decidieron apagar la sirena al descubrir dónde Jano estaba escondido, se acercaron lo suficiente para tenderle la trampa. Ya rendido, Jano camina de puntitas, con cierta dificultad, para no despertar a Karem en su salida. Se dirige al medio de la pista para evitar que los policías no vean a la joven dormir en el suelo, se entrega para que la bulla y los insultos no corten el plácido sueño de Karem, así como la sorpresa que tenía preparada.

-¡Al suelo, hijo de…!-, gritó uno de los oficiales, que no pudo terminar su insulto porque la mano de Jano silenció su boca. Este veía hacia atrás para ver si Karem seguía dormida, sonrió al ver que la bulla no la había despertado.

En plena lucha para reducirlo, Jano hace el sonido universal del silencio mirando a los ojos de los guardias, pidiéndoles que no gritaran más. Uno de los oficiales sacó la macana y lo golpeó a la altura del pómulo derecho, dejando a Jano inconciente. Sin embargo, pudo sentir cómo su cuerpo era llevado en la parte trasera de la camioneta. En sus últimos segundos de lucidez, observó el cuerpo de Karem echado, se acordó de sus mejillas y labios de color fresa. Comienza a extrañarla, el dolor de su cabeza comienza a adormecerlo. Desesperado, pega sus labios al vidrio, imaginando que se atrevió a besarla.

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