Del ‘¡porque sí!’ al ‘¿Por qué no?’
Cuántas guerras se han librado por el “porque sí” de las cosas: razones nacionalistas para apoderarse de una zona territorial en litigio, históricas para argumentar la naturaleza de una ofensiva militar o hasta religiosas como las recordadas ‘cruzadas’ hace cientos de años.
En la vida diaria, el “porque sí” serían todas aquellas premisas que hemos creído fiel y firmemente que deben ocurrir, porque es lo correcto según nuestro imaginario. Sin embargo, esta postura ‘de facto’ -intolerable a las críticas o demás perspectivas, por más realista que nos parezca- no hace más que evitar los puntos débiles de nuestra postura. Es decir, modificamos la realidad para que nos convenga de la mejor manera recurriendo a la censura de demás perspectivas y sensibilidades del mismo problema.
Algo que puedo recomendarte cuando pases por estos temas, que suelen ocurrir en la vida de pareja, son las enseñanzas de Karl Popper sobre las conjeturas y refutaciones. “No podemos demostrar que una hipótesis es verdadera, o incluso tener pruebas de que lo es, mediante la inducción, pero podemos refutarla si es falsa”. A grandes rasgos, Popper señalaba que la evolución del conocimiento científico debe darse enunciando hipótesis y hacer todo lo posible para refutarlas. En cristiano, enfoquemos nuestro conocimiento en el “porque no” de las cosas, en lugar de encasillarse en las conjeturas como verdad absoluta y unidireccional.
En el campo se las sensibilidades humanas, antes de sentar tu reclamo sobre por qué deben suceder ciertas prácticas y costumbres -como la exigencia de detalles románticos-, mejor es profundizar el “porque no” suceden estas cosas. Las respuestas pueden ser, quizás, aquellas que tratamos de evadir a todas luces para tener siempre la razón. Tratemos de ver el lado oscuro de la Luna, no solo su mejilla más iluminada en medio de las tinieblas del saber.
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