El embargo estadounidense y yo…

El embargo estadounidense contra Cuba, aunque sea un tema sumamente político, hace que uno aprecie ciertos aspectos de la vida cotidiana de los isleños. “El sueño de toda cubana es casarse con un extranjero y salir de esta isla”, me dijo la señorita que me proveía de ‘habanitos’ (puros de menor tamaño) en La Habana.

Como la mayoría de cubanos me confundían por uno de ellos, el tema del embargo en el plano emocional resultó una experiencia asfixiante. Una llamada de solo dos minutos a Lima costaba cerca de 7 CUC (20 ó 22 soles, aproximadamente). Y si crees que el Internet es más barato, te equivocas. Una hora está como 10 CUC (30 soles, aprox.), y cuando te advierten que es muy lento, cree que lo es.

Estar incomunicado era lo que más odiaba del embargo estadounidense. En efecto, hay censura por parte del gobierno cubano, pero al menos la liberalización del mercado haría que los servicios básicos de la isla sean más accesibles y de mejor calidad. Cuando reflexionaba todo esto, me acordaba de la última llamada que hice en Lima. Fue de un teléfono público al lado de la puerta de embarque del aeropuerto Jorge Chávez.

Admítelo, cuando metes una moneda de dos soles para hacer una llamada es porque se trata de alguien muy especial. Así pasó. Felizmente ella contestó y hablamos hasta el último segundo antes de partir, imaginando que el embargo estadounidense no era tan malo si es que trataba de contactarla de nuevo: nada más equivocado, pues esa última llamada acabó siendo un “hasta luego” de seis días. Ahora los teléfonos públicos significan para mí un símbolo de libertad.