Los olvidados por la fuerza

Lo peor de dejar pasar las arenas del tiempo es que se necesita más arena para volver al punto de partida y comenzar de nuevo, y todos sabemos que eso es imposible. Mientras no inventen la máquina del tiempo, la mejor solución es guardar los vestigios del pasado como prueba irrefutable de lo que hemos venido haciendo, como curadores de nuestra propia historia.

¡Qué suerte tengo de ser cachivachero!, pues guardo cada objeto inanimado con el deseo de preservar el recuerdo. Entre la ruma de tesoros, destacan unos 100 poemas que escribí desde 2007 al 2010 (¿ó 2009?) Llama la atención ahora que esas baratijas líricas, viejos espejos de mi personalidad, me hayan servido para cubrir el peor error de mi vida. Cierto, la vida aún no termina, pero digamos que ahora la atravieso con el corazón en la garganta.

Uno cree tener suerte cuando se rescata del pasado aquellos objetos que marcaron nuestra personalidad. Yo prefiero llamarlo pasión por la posteridad, por tener un registro de lo que fuimos y ahora somos. No siempre lo que rememoramos es lo más agradable, pero sirve como aprendizaje para la vida. ¿Si cura las equivocaciones del pasado? Debe ser, eso depende de quien juzga la disculpa. No obstante, el solo hecho de haber guardado reliquias que tienen una historia con nombre y apellido es muestra de un constante cuidado por la esperanza de enmendar el pasado.

¿Sobre esos poemas? Los tengo aquí, debajo del computador, en el segundo cajón de mi escritorio, esperando ser leídos por quien inspiró sus versos. Es extraño explicar cómo ‘estar’ y ‘no estar’ al mismo tiempo. Y la peor sensación es la impotencia de autenticar una larga esperanza en momentos de ausencia, ya que el vacío no da chance a la oportunidad, menos a la imaginación de los olvidados por la fuerza, quienes aguardan partir al futuro con una promesa.

Foto: Victorgrigas – Wikimedia Commons. Bajo la licencia de Creative Commons