Lo que nadie se imagina

Julieta Jandiere salió por su balcón la noche que esperé por toda mi vida. La miré desde mi ventana, escondido detrás de las cortinas, preparándome para salir en aras de la casualidad forzada. Busqué su mirada, ella pareció responderme con la sonrisa. Miré el reloj del noticiero, eran las 8.35 p.m.

– ¡Tiempo que no te veo! ¿Cómo estás? Oye, ¿qué harás más tarde?
– Ver televisión, creo. Nada en especial.
– ¡Vamos a buscar a los ‘chatos’, pues! Déjame terminar de cenar, te escribo al celular y nos vamos a buscarlos. Te paso la voz a eso de las 10. ¿Vale?
– ¡Ya, genial! Así quedamos.

Ella volvió a su dormitorio, mientras yo miraba el espacio que había dejado al caminar. Solté un suspiro, atravesé nuevamente la cortina y apagué el televisor. Echado sobre la cama, encendí un cigarro para aliviar los nervios que produce la belleza inalcanzable para un fiel admirador. “¿Por qué mierda no le dije que me gusta?”, me pregunté hasta quedarme dormido.

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Julieta Jandiere salió nuevamente por su balcón la otra noche que esperé por toda mi vida. Ocultando los más profundos sentimientos, mis ojos buscaron su mirada para que nuevamente me responda con la sonrisa. Eran las 8.35 p.m. Siempre dejo que ella hable primero, al menos desde hace un año, siempre vestido con la misma ropa para no alterar su salud mental.

– ¡Tiempo que no te veo! ¿Cómo estás? Oye, ¿qué harás más tarde?

Pobre Julieta. Pese a su delicada memoria desde aquel accidente, me permite revivir todas las noches la misma noche que esperé por toda mi vida.

Viejos amigos y lectores de mi primer blog recordarán las microhistorias de ficción que escribía ocasionalmente hace años. Ahora tengo la buena noticia que volveré a redactarlas, pues necesito un respiro creativo por las cosas que me pasan -o quisiera que me pasen- con una pizca de imaginación.

Foto: Flickr – katieharbath