El niño que perdió su cerebro

En el Museo de las Bellas, ubicado en Santiago de Chile, recuerdo a un niño que no dejaba de gritar “¡Estoy buscando mi cerebro!” mientras caminaba por el recinto. Mi amiga Paula, o la Paula para no dejar mi chilenismo, no dejaba de reírse por la cómica escena, pues el menor caminaba como perdido entre las obras y unos “riñones” muy coloridos con mensajes que colgaban del techo.

Sus palabras me hicieron pensar, pues realmente las obras me parecían tan extrañas y sin sentido aparente, algo que terminó por aturdir el entendimiento del ‘cabro’. Mientras Paula apuntaba algunas frases muy poéticas en su libreta de papel reciclado, me acerqué para decirle una de mis “nerdsadas”.

“Esto es arte, porque sencillamente está en un museo por gente que dice qué es arte. Cultura es todo, hasta lo que no está dentro de este lugar”, le dije. Ella se rió mientras cerraba la libreta para tomar atención. Pronto parecía estar dando un discurso artísticamente anarquista, pienso, en una ciudad llena de grafitis con mensajes subversivos a una clase política capitalista.

A la larga, ahora que estoy en Lima con ganas de visitar nuevamente esa hermosa ciudad, pienso que esa experiencia resumió los días que siguieron durante mi viaje: una exhibición constante del arte socialmente pactado y el arrebato contestatario de las obras callejeras que buscan un espacio simplemente para comunicar.