Confesión de un joven alma de viejo

Una linda joven me convenció que tengo alma de viejo. Claro, cuando ella me lo dijo, pues comencé a preguntar más amigos por curiosidad. La respuesta puedo resumirla en una sola oración. «Mientras todos chupamos para jodernos la vida, ¡tú eres el único que nos pide recapacitar!», me dijo un colega en el almuerzo.

Yo pensaba que era un aburrido, pero resultó que no, que realmente es una actitud caracterizada por una mirada cansada y sin sorpresas a mi joven vida, como si en mí viviera una paz envidiable de alguien entrado en años. Mi apariencia puede confundirlos, pues llevo una barba no tan larga que me suma unos tres años y un cabello largo-medio-hippie que denota dejadez por las apariencias y la moda.

Como no me dejo llevar por lo que me dicen, hice una autocrítica sobre lo que me gusta hacer en reuniones sociales. Las fiestas ahora me parecen insoportables con tanta bulla y mujeres que apuestan por el licor para abandonar el recuerdo de un ex o simplemente hacerse la noche con un tipo que jamás volverán a ver. Mi descripción, como se nota a leguas, pues resulta una crítica a lo vacío que puede resultar ese tipo de diversión. ¿No te ha pasado que estás ante mucha gente en la mejor discoteca de Lima y te sientes sola? Algo así.

Ahora apuesto por los pubs, por la bebida más o menos cara con el fin de hacerla durar en la conversación y por conocer historias muy interesantes del resto. Se puede pasar más de seis horas en una discoteca con harto licor, pero saber poco de quienes andan contigo. Hablo, señores, del encanto que es conversar, porque resulta una suerte de llenar tu historia de vida con otras vidas hechas historias.