Ella que se llama álter ego
Creo que no hay nada mejor que irse a un pub de Miraflores para conversar. Como que gastar en dos tragos a 20 soles cada uno resulta más divertido que un cuarto que apesta a incienso y en donde un psicólogo te analiza como bicho extraño.
Entre todos los locales que conozco, siempre prefiero el Eka Bar, ubicado al final de una calle en donde se ubica el Minerva del Parque Kennedy. La razón de mis visitas a ese lugar es la buena tertulia con un soundtrack que no perfora los oídos: una especie del volumen perfecto para no repetir a la “n” veces “¿Qué fue lo que dijiste?”.
Pero, claro, todo lugar no siempre es divertido por sí solo, sino por quiénes vas acompañado. Hace unos tres días y quinientas noches, me acompañó una mujer a quien prefiero llamar como mi álter ego, pues siempre me dice lo que mi personalidad original trata de callarme.
¿Cómo es mi álter ego? Pues una señorita de lentes de caray, gigantes como al viejo estilo sesentero, con una maleta de cuero vintage y una camiseta que apuesta a ser de hombre, pero con mucha personalidad si es que se la pone una dama. Defensora de la escritura sin daños a terceros, ella resume con una voz suave el grito duro y conciso de la razón ante las experiencias de un joven alma de viejo.
Me dijo cosas tan ciertas como espantosas sobre la entrega pasional y las ilusiones no tan inmaduras si es que las asumes como buen enamoradizo. Cosas como “¿Acaso crees que ella también hará lo mismo por ti?” o “El único quien saldrá herido eres tú” fueron pronunciadas tras cada bebida como sellando la herida que el alcohol cicatrizaba en el alma.
Luego de la conversación, llega la hora del adiós, la cuenta sin propina al mozo y una caminata para espantar a los diablos azules. Más liviano de conciencia, ahora la cabeza no estalla de incertidumbres emocionales. Debo confesar que ahora mi historia dejó de pesarme en la espalda para llevarla hombro a hombro con alguien más.