Haz el bien dijeron… Todos te escucharán dijeron…
¿Nunca han querido escuchar a una persona para ayudarla y no tienen éxito? No necesariamente porque no sepas aconsejar bien, sino porque no tuviste la oportunidad de acercarte a las sensaciones que aquejan a la otra persona. Esa sensación de prestar la mano a quien parece ignorarla es como un frío seco en el pecho que desata una tristeza paralela al drama de quien dice echar todo por la borda.
Siempre escuché la frase de que nada vale preocuparse por quienes no desean ser ayudados, pero cómo ser insensibles si es que los problemas tan solo requieren de un poco de atención, una mano amiga o un hombro en donde reposar la frente cargada de recuerdos negativos. Digamos que se siente una especie de impotencia por las buenas voluntades socavadas en lo ajeno, en las experiencias que no son tuyas, pero de las que quisieras aprender para aliviar la nostalgia de quienes necesitan un poco más de tiempo para pensar.
Lo peor, creo, es la incertidumbre al futuro, como si este pareciera un vortex que nos chupa la materia física de nuestro cuerpo para exhibir la procesión que llevamos por dentro. Lejos de decir ahora que me siento triste, la intención ahora es profundizar ese vacío que no se complementa con lo que desde pequeños nos enseñaron: eso de hacer el bien por los demás.