Aquiles, el peor soldado de la historia

Muchas veces queremos sobrevivir a la vida cotidiana y a las emociones como Aquiles, uno de los grandes héroes mitológicos en la Ilíada de Homero. El personaje griego es recordado por su gran destreza con las armas y ser prácticamente invencible en la batalla, claro, salvo por su mortal talón. ¿Pero quién no desea ser este semidiós cuando tratamos de sobrevivir a la mentira, el amor, las desilusiones o el odio ajeno? La respuesta es fácil, pero realmente no se lo deseo a nadie ser Aquiles.

Hace unas noches, conversando con alguien a quien no puedo mencionar, sentí lo bueno que puede ser sentirse vulnerable a la incertidumbre, pues son aquellos momentos en los que el carácter forja nuestra experiencia y seguimos adelante con un heroísmo propio de los dioses. Si fuéramos Aquiles, ¿seríamos igual de valientes sabiendo que somos invencibles? Pues no, porque la valentía únicamente existe cuando sabemos que perdemos algo y aún así arriesgamos para salir airosos. El paladín griego seguro que fue muy talentoso en el arte de la guerra, pero nunca tuvo lo que los soldados más humildes guardan en el corazón: las agallas de pelear sabiendo que podrían perderlo todo.

A los dioses lo que es de los dioses y al hombre lo que es del hombre, así de fácil para dominar nuestros sentidos ante el anhelo de ser invulnerables, perpetuos, disfrutando de una felicidad idealizada en la inmortalidad. Si vamos al extremo del conocimiento de las emociones, ¿cómo saber qué es la soledad si es que siempre estuvimos acompañados, tal como lo hemos deseado siempre? o ¿cómo saber si hemos encontrado a esa persona especial si es que nunca la perdemos? He ahí, pienso, la tragedia de los ideales.