Lo que nadie se imagina 36
Una noche cualquiera después del trabajo me topé con un ser mitológico. Se trata del encargado de pegar estos anuncios de ‘Masajes eróticos’, ‘Préstamo inmediato’ y ‘Atraso menstrual’ en el suelo de las calles del Centro de Lima; alguien que únicamente sabemos de su existencia por su trabajo, pero que nunca lo hemos visto en plena ejecución de su labor publicitaria.
Estaba por cruzar la vereda para ingresar a Jirón Carabaya cuando hicimos contacto visual. La calle estaba vacía, así que era imposible disimular mi curiosidad. Él se levantó tras pegar un anuncio en la vereda y se me acercó para preguntarme la hora.
“Son las 9.30 de la noche”. Aproveché su consulta para detenerme frente a él y así forzar una conversación espontánea.
“Alucina que nunca he visto a las personas que pegan estos anuncios en el piso de las calles…”. Fui sincero con mi curiosidad. El sujeto en cuestión inspiraba confianza. Aparentaba tener 27 años, casi mi contemporáneo, y su contextura delgada no suponía una amenaza para mis pocas habilidades de defensa personal.
Se levantó el gorro rojo por el calor y secó el sudor con una de las mangas de su polera. Esboza una sonrisa como esas que uno dibuja en el rostro ante una situación extraña, pero no incómoda. Me pregunto cuántas veces le habrán dicho lo mismo en plena jornada laboral. Me respondo que ninguna. Siempre yo y mis dudas cojudas.
“¡Pues tócame que soy realidad!”, me respondió antes de echar una carcajada. Estaba dispuesto a irse, pero no podía dejarlo ir tan fácil.
“Imagino que ponen los anuncios en el piso para que los dueños de los locales no los retiren de sus paredes. Finalmente, el piso es de todos, ¿verdad?”. Agregué algo más para no quedar en ridículo. Quería saber algo más, aunque no supiera qué.
“Eso es lo más obvio. Pero hay algo más… Cuando estás cagado de la vida, ¿qué haces?”. Veo un brillo en un sus ojos. Noto que hay algo que me quiere contar y a la vez lucirse con cierto conocimiento que el resto de los mortales desconoce.
“No lo sé, buscar una solución”, respondo lo más neutral posible para no perderme nada de lo que vendrá.
“Exacto, buscas una solución. Si eres de los creyentes, mirarás al cielo buscando una respuesta en Dios. Pero sucede que esos son muy optimistas, no son el público objetivo de nuestros anuncios de abortos, masajes o préstamo de plata. Nosotros buscamos a los desesperados, a los que ya están cagados. ¿Y tú que haces cuando estás cagado?”.
Pensé un momento y cuando estaba dispuesto a hablar, él se me adelanta con una sonrisa pícara.
“¡Pues mira el suelo! De acuerdo con la casuística en la depresión humana, las personas tienden a mirar el suelo mientras reflexionan sobre cómo resolver sus problemas más agobiantes. Es allí donde entro yo con mis anuncios. ¿Qué otra persona puede estar tan jodida como quien espera un hijo indeseado? ¿O como quien debe dinero al banco? ¿O como quien busca el cariño ajeno de una mujer? Sin duda, todas estas personas verán en algún momento el suelo en algún momento del día y nada más concurrido que las calles del Centro de Lima”.
Me reí por todo lo que estaba escuchando, especialmente por la seriedad de quien me explicaba toda esta lógica de algo que me parecía -hasta ese entonces- tan sencillo como papelitos pegados en el piso de la calle.
“Me voy, compadrito. Tengo más chamba”.
Cortó la conversación para perderse a la vuelta de la esquina. Su mochila parecía cargada con bloques de más anuncios. Imagino que le tomará buena parte de la noche.
Conocimiento popular. Fue lo primero que se me ocurrió al seguir mi camino mientras me dirigía al paradero de buses. A veces resulta increíble cómo el ingenio, a falta de bases académicas, hace que gente común y corriente llegue a reflexiones tan profundas como la depresión, la psicología y el marketing de servicios de dudosa reputación. Ingenio humano, le llaman.