La vez que decidí morir

Hace un par de veranos decidí morir. Nunca me olvidaré de ese instante ni del terror que llegué a sentir cuando asumí, quizá con hidalguía, que el futuro no era una alternativa ante la posible pérdida de alguien especial.

No hablo de cualquier pérdida como los adioses que duran para siempre o los «desaparece de mi vida» que operan en forma de chantaje. Me refiero a algo que el árabe supo reducir a una sola expresión. Ya’Aburnee. Literalmente significa «tú me entierras a mí», y hace referencia al deseo de morir antes que una persona cuya ausencia sería insoportable.

Aquel verano

Lo que sucedió hace un par de veranos fue una visita a las playas del sur de Lima. Estaba en Lobos con quien era, por aquel entonces, mi enamorada. Habíamos discutido por algo que ya ni recuerdo. Ella había tomado la delantera en el mar, yo la seguía un par de metros atrás en una zona de la playa cuya corriente es bastante fuerte cuando el agua se retira de la costa.

Lo sé muy bien, porque desde pequeño he conocido esa playa y he visto a bastante gente morir ahogada cuando es llevada por la corriente. Prácticamente no hay oportunidades cuando eso sucedía. Mis padres siempre mi advirtieron de esa zona que, desde lejos, parece muy tranquila. Nunca hay que confiarse del mar.

«Vuelve, estás yendo muy adentro». La advertencia no fue escuchada por mi enamorada, quien justo en ese instante sumergió la cabeza. Cuando volvió a estar a flote supe que era demasiado tarde. Ya la corriente se la estaba llevando y noté en sus ojos la desesperación.

Yo clamé por ayuda, algunos bañistas advirtieron de nuestra situación pero nadie hacía nada. La veía a ella irse cada vez más. El miedo se apoderaba de mi cuerpo, estaba entumecido. Una idea atravesó mi cabeza y fue entonces cuando crucé la línea de la zona segura para hacer lo que desde muy niño me dijeron que nunca haga. Llegué a tomarla de la mano y la impulsé hacia mí para ganar tiempo a la marea y así esperar a que una ola nos botara. La espera fue larga. A pesar de la adrenalina, no podía ganarle a la corriente, menos aún si toda mi fuerza estaba dedicada a sacar a mi pareja de la zona de peligro. Lo último en que pensaba era en mí.

Felizmente la ola que esperábamos llegó tras infinitos segundos de chapoteo. Mi cuerpo se dejó llevar. Estaba sin fuerzas y mi pareja pudo sacarme del agua una vez que pudo sentir el fondo. No hablamos de lo sucedido hasta llegar a tierra firme minutos después. Estábamos muy nerviosos.

No podía irme sin ti

El tiempo pasó. Mi relación se terminó a los meses de aquella anécdota que -hasta el día de hoy- me acompaña para hacerme recordar de lo que soy capaz de hacer por alguien. Lo que siempre me llamó la atención fue esa idea que atravesó mi cabeza para irme detrás de mi ex sin importar mi integridad.

La respuesta fácil y romántica es que fue por amor. Imagino que sí, pero dicho argumento me parece vacío y bastante cliché. Mi razón era otra.

Mi razón era la idea del dolor que sería una vida sin ella. Supe en ese momento que no había más allá que ese instante crítico. El hecho de solo imaginarme volver a Lima sin ella, de explicar lo acontecido a sus padres, de asumir con culpabilidad el vacío de su ausencia… Estar con vida sería prueba que no hice lo suficiente. En el caso hipotético de haber ocurrido la desgracia, no podría continuar sin saber que lo intenté todo y dicho intentar incluye exponer mi vida hasta las últimas consecuencias.

Esa tarde en la playa decidí morir por alguien. O era ella conmigo o ninguno de los dos.

Ya’Aburnee. Para qué temer a la muerte, si después de ella no hay más dolor.