La pequeña afortunada del bus

Mientras leo el periódico en el bus, escucho cómo una niña, que esta sentada de copiloto del chófer, grita entusiasmada por todo lo que encuentra a través del parabrisas. “Sí, hijita, ya lo veo”, dijo el chófer mientras su hija bebe de un tomatodo con un sticker de Los Padrinos Mágicos.

Luego de observar a la pequeña, junto a su maleta escolar, veo que entre ella y el chófer hay un asiento de bebe vacío, esos asientos que se ajustan a los autos para seguridad del niño.

“Papá, mira, una bandera enoooooorme”, grita la niña mientras sacude los pies entusiasmada. Su papá no le presta atención por un rato, porque es precavido con la amenaza policial. Ve otra vez a su hija y se ríe. De pronto, el chófer voltea toda su cabeza…

“Pasajes, señor…”, me dijo la cobradora. Mientras luchaba con el bolsillo trasero para que las monedas zafen de un ajustado jean, la cobradora se acerca donde la niña y le da un beso en la cabeza, le guarda su tomatodo que estaba vacío y le limpia la boca con un pañuelo.

Entendí la escena, en el bus estaba toda la familia del chófer del bus. Su hija como copiloto y su madre como cobradora. Un bus que transitaba Lima como la casa andante, que lastimosamente no puede ser fija, porque el tiempo laboral acorta esos minutos de dialogo familiar.

Un bus donde reían los tres, un bus que, seguro, para el padre-chófer no es un martirio su labor si su familia está detrás de él: cobrando unas moneditas para la mesa o encontrando banderas por las plazas grises de nuestra ciudad.

Me pregunté cómo hicieron los padres para recoger a su hija y acompañarlos en el bus. Imagino un rato y encontré una respuesta lógica: el colegio de su niña se encuentra en la ruta que el bus hace siempre por la ciudad. Le dirá a su niña que a tal hora para el bus donde labora para que ella suba sola al bus.

Imagino aún más. ¿Cómo sería decir “mis papas me recogen en auto” cuando realmente su padre maneja un bus público?

Lo que vi esa tarde era un cuadro romántico entre la desazón de las labores, de un bus ajeno a sensibilidades poéticas, pero sí una casa rodante donde la pequeña niña juega con su padre, sin tener la razón de juzgarlo por desatento, como siempre hacen los hijos con los padres, por culpa del maldito trabajo… tal como lo dijo Franco De Vita en una triste canción.