El avezado delincuente de lo impensable

Eran las cinco de la tarde cuando Fabián Jara, alias ‘Sabelón’, abordó uno de los tantos buses que transitan por la avenida Abancay. “Un día más de trabajo”, pensó mientras sacaba de su morral una pistola calibre 25.

Con un par de mierdas y carajo se ganó la atención del público. Todos guardaban sus celulares, escondían las billeteras, se metían las monedas en los bolsillos, se guardaban los anillos en las medias… Todo el mundo ocultaba como podía lo poco de valor que uno exhibe -no sin cierto temor- en las calles del Centro de Lima.

“¡Todos me abren su mochila!”, gritó Sabelón mientras apuntaba su pistola en el vientre de una embarazada. “¡Qué mierda esperan, sino este cojudo no nace!”.

Los pasajeros hicieron caso en silencio. Sentían que podían perder hasta la vida por aferrarse a las cosas materiales. Si uno hace el cálculo, nunca sale a cuenta morirse por cojudeces así.

Sabelón camina por el pasadizo observando con sumo cuidado el interior de las carteras, bolsos y mochilas. Se detiene. Algo llama poderosamente la atención.

“¡Tú! ¡Saca eso! ¡Dámelo mierda o te mueres!”, gritó Sabelón cada vez más preocupado. En cualquier momento podía caerle la policía.

Su víctima titubea y se desprende de sus pertenencias. Sabelón mete la mano dentro de la mochila, saca el tesoro que estaba buscando y escapa a toda velocidad por la puerta trasera del vehículo.

Los pasajeros se acercaron donde la víctima para saber si se encontraba bien. Este dijo que sí, que todo estaba bien y que solo fue un susto. Le preguntaron qué era lo que tanto buscaba el delincuente.

“Se llevó mi libro ‘Historia del Siglo XX’ de Eric Hubsbawm. Lástima que era original”, lamentó el joven universitario.

Eran las 10:15 pm en San Juan de Lurigancho. Sabelón vuelve a su humilde casa con el botín entre los brazos. Abre la puerta, saluda a sus dos pequeños hijos y se dirige al estante que tiene en su dormitorio. Deja allí el libro de Hubsbawm con cierto alivio.

“¿Qué es eso papá? ¿Qué trajiste hoy? ¿Algo de Borges? ¿Neruda? ¿Chomsky?”, le pregunta Oscar, el menor de sus engreídos, quien no pudo ser matriculado en el colegio por falta de dinero.

“No, mi amor… Mañana leeremos algo nuevo. Alístate que es tarde. Tendremos para rato con este pesado libro”, respondió Sabelón.

Oscar asienta con la cabeza y abandona el dormitorio. Sabelón lo mira hasta que desaparece al voltear la esquina de la pared. En ese instante se acuerda de los sueños que Oscar nunca vivirá. Suelta un suspiro. Esconde la pistola debajo de su almohada y se sienta en el borde de la cama. Sus manos tiemblan. Se tapa el rostro por la vergüenza de haberse convertido en el ejemplo antagónico de lo que quiere para el futuro de sus hijos.

Ahora siente que desaparece.

Y comienza a llorar.