Lo que nadie se imagina 26
La tarde del verano pasaba sin causar sorpresa alguna para Joaquín Crédulo. No dejaba de ver el reloj para saber a qué hora su enamorada podría atender su llamada: temía interrumpirla para no causar su exabrupto. Joaquín miró el televisor y comenzó a hacer zapping por los canales de señal abierta. Prendió su computador para revisar su correo hotmail, pero mediante la página del Internet Explorer, porque si ingresaba al MSN en línea podría ser descubierto por su Gabriela, su enamorada.
Resulta que un viernes por la noche, Joaquín conoció a Gabriela en una discoteca en Los Olivos. Ella, embriagada de desamor, y él, sobrio para encontrar el amor, se cruzaron en la pista de baile. Él dijo “Hola” y ella se rió y le dio un beso en la boca. Aunque Joaquín no logró su objetivo de invitarla a bailar, tuvo buena compañía esa noche. Pensó en llevarla a la mesa donde estaban sus amigos, pero le dio vergüenza anticipada por las futuras opiniones crueles de sus amigos. Se imagina algo como “es más fea que el hambre” o un “Más fea que una patada en los huevos” o, más específicamente, “Más fea que una patada en los huevos que Roberto Carlos en un tiro libre con un partido contra Francia por un mundial que ya pasó”.
Y así nació el amor; por lo menos para una de las partes, para Joaquín que ve las cosas como él las quiere ver y no como son realmente. Ella no supo lo que hizo hasta el día siguiente al recordar por qué diablos tiene un número apuntado con lapicero en la piel. El domingo continuó: Joaquín espera la hora punta para llamar a su Dulcinea y Gabriela se lava el antebrazo para olvidar a un tal Joaquín que se la agarró ebria.
Pasaron las tres de la tarde y Joaquín coge el telefono indeciso y dice que mejor aún no, que mejor se espera la intriga para que su amada conteste el celular. Mira el reloj por quinta vez en menos de cuatro minutos. Mientras mira la pantalla del computador se muerde los labios para rescatar el último sabor de saliva de quien besó el día anterior. Pensó que ella aún espera su llamada. Él no sabía nada de ella.
Se decidió. Cuatro de la tarde y media. Él coge el teléfono sin chistar y comienza a apuntar el número, termina de hacerlo y cuelga, porque piensa que se equivocó en un número. Vuelve a hacerlo y ya no duda, piensa que marcó bien, aunque en la segunda timbrada piensa que marcó mal, a la tercera lo confirma. Apaga el teléfono y vuelve a apuntar el número. No contesta otra vez. ¿Qué andará haciendo ella, su amada Dulcinea?
-¿Aló?- Joaquín Crédulo tuvo éxito: ella respondió a la décimo tercera llamada. La voz de Joaquín temblaba. Era la primera llamada a su primera enamorada. Los nervios lo corroían y tartamudeó.
-¿Sí, quien es?
-Yo, amor. Joaquin…
-Ahhh, Joaquin, claro- su voz dubitativa no causó reacción en él. Estaba oyendo lo que quería oír.
-Amor, te siento algo agitada, ¿estás bien?
-Sí, es que …. yo ….. estoy …. ¡Ahhhhhhhhhh! … en el gimnasio.
-Me imagino que estás haciendo cycling por cómo me hablas.
-¡Dios mío, sí, sí!- Dijo ella mientras Joaquín comienza a dibujar con lápiz corazones sobre el recibo de luz.
-Jajaja, no tienes porqué emocionarte tanto mi amor si te gustaba realmente.
-Estoy ocupada en el gym. Llámame luego.
Y se cortó la llamada que pauta el inicio de una ilusión en la mente de Joquín, que se imprimiría en más corazones sobre el recibo de luz. No apaga siquiera la computadora para levantarse del asiento y dirigirse a la cama. Pega el celular a su almohada y cierra los ojos moviendo los labios como si besaran los labios de Gabriela, como si la ausencia del aire se asemejara a la suavidad de sus labios. Cierra los ojos como quien se alista a dormir para siempre, como quien pone pausa en la parte más bonita de una película para que el instante sea eterno, aunque sea por esa vez.
Sin embargo, como inició este relato, Joaquín escuchaba lo que quería escuchar. Gabriela no recordaba a Joaquín. Gabriela no supo nunca de quién era el teléfono que tuvo pintado en el brazo. Gabriela no quería responder las llamadas porque estaba ocupada en el gimnasio, supuestamente.
Y lo que es peor, Gabriela nunca estuvo en el gimnasio, solo que Joaquín no pensó en otro lugar en donde uno se puede agitar.