Lo que nadie se imagina 22

“¿Estás despierto? Hazme el favor de acompáñame al baño que está todo oscuro”.

Galileo Souza sabía que no hacía falta estar despierto para acatar las órdenes de su galletita de chocolate, su bien amada Doña Meli, a tan altas horas de la madrugada, porque bastaba un minuto de silencio para que ella -con sus piernitas arrugadas pero potentes- lo empujaran hasta el suelo.

O se despertaba a las buenas o lo despertaban a las malas, no había pierde. A pesar de que se trataba de un favor, a Doña Meli no se le podía contradecir en sus más pintorescos caprichos. Esto es algo a lo que Galileo ya estaba curado tras 36 años de matrimonio compartiendo la misma cama.

Sin abrir los ojos, Galileo tiende su mano sobre la de Doña Meli para hacerle notar que la escuchó y al mismo tiempo sacaba una pierna por fuera de la cama para tantear -así como palito de ciego- dónde había puesto las pantuflas.

“¡Vamos ya! Muero de ganas”.

Galileo se apura en ponerse los lentes poto de botella y por fin se levanta de la cama con cierta dificultad. Toma su bastón para dirigirse al pie de la cama, donde posa su mano con fuerza y de un solo tirón logra mover todo el mueble gracias a la acción de las rueditas que el mismo Galileo había instalado en cada pata.

De esta manera, Galileo paseaba a Doña Meli por los corredores oscuros de la casa hasta el baño más cercano. Allí Doña Meli recién baja del catre móvil para ingresar al baño, mientras el pobre Galileo se echa en la cama nuevamente aguardando por la salida de su amada.

Por si se lo preguntan, esto de las rueditas no habría sido necesario si Doña Meli hubiese sido menos orgullosa a la hora de revelar el más común de las fobias nocturnas: el miedo a la oscuridad. Ahora, si a esto le sumamos incontinencia urinaria nocturna tenemos por resultado la tormenta perfecta.

Galileo pensó ingenuamente que despertarse de madrugada para acompañar a su amada al baño, a esperarla a que se desocupe y luego regresarla a la cama sana y salva era algo sumamente tolerable y hasta tierno. De hecho así lo fue durante seis meses, luego se convirtió en una pesadilla.

“Si debo interrumpir mi sueño, al menos que sea de la forma más cómoda”, pensó.

Lo más obvio sería tener un baño en el dormitorio. Galileo lo pensó también, pero la idea fue descartada al presupuestar la instalación del sistema de drenaje. Las paredes del dormitorio eran muy débiles para la instalación de cañería; además no había mucho dinero tampoco para hacer maravillas en la casa.

Lo que sí hizo una vez Galileo fue instalar un sistema de luces automáticas con sensores de movimiento en toda la casa para que, cuando Doña Meli vaya al baño, el camino esté siempre iluminado. Esto funcionó de maravillas hasta la noche que Galileo se olvidó de reemplazar un sensor defectuoso.

No se imaginan lo que fue esa noche. La pobre Doña Meli volvía tranquila del baño cuando todo se fue a oscuras y un solo grito hizo que los vecinos, la policía, los bomberos y el serenazgo acudan a la casa para averiguar a quién estaban matando.

Felizmente los curiosos llegaron en el preciso instante que Doña Meli había cogido el florero cuyo destino era la cabeza del despistado de Galileo, quien tartamudeando trataba de explicar el fallo del sistema de las luces. Obviamente Doña Meli nunca más confió en esa tecnología extraña.

Luego de tres meses de dormir en el sofá como castigo, a Galileo se le ocurrió la idea más sencilla y económica de todas: hacer de la cama una camilla de hospital. Así si tendría que acompañar a Doña Meli al baño, siempre estaría al lado de la cama donde descansar el tiempo que ella se demora en desocuparse. Además, mientras más rápido empujara, más rápido volvería a la cama y todos felices. Eso sí, tuvo que romper un par de puertas para pasar de un lado a otro sin contratiempos.

Doña Meli se partió de la risa por la seriedad con la que Galileo explicaba cuál sería la singular dinámica a la hora de ir al baño durante las madrugadas. Las primeras veces fueron muy divertidas. Galileo halaba con mucha fuerza mientras imitaba el sonido de una ambulancia en plena carrera, y Doña Meli se desentornillaba de risa mientras se cogía de las sábanas con cierto temor a caerse en cualquier esquina. Ambos parecían dos niños que jugaban a los carritos en el parque. Solo que ahora dentro de una humilde casa de dos pisos.

El tiempo y la edad hizo que Galileo ya empuje con menos fuerza y el ronquido de la sirena de la ambulancia era cada vez más pobre, solo Doña Meli la pasaba de lo lindo, pues sin importar el tiempo, se sentía tratada como una princesa. Incluso, aprovechaba el traslado en la cama para irse por unos panecillos en la cocina, siempre acompañado de su ingenioso escudero.

A pesar de las dificultades que significaba para Galileo ir y traer la cama por todos lados, él sabía perfectamente que Doña Meli la pasaba de lo lindo, siempre con esa sonrisa de niña que la edad y las arrugas no supieron borrar. Pero pronto esa sonrisa se esfumó la noche que Galileo le contó a Doña Meli que sufría de cáncer y solo le quedaban cuatro meses de vida.

Esa fue la noche más triste de todas. Cada ir y venir de la cama ya perdía su gracia, y al final de cada trayecto Galileo se partía en lágrimas preguntándose ahora con quién iba a jugar a la ambulancia con su esposa todas las noches cuando ella tenga ganas de orinar.

Pasaron unas semanas cuando, de pronto, Galileo comenzaba a salir religiosamente de la casa durante las visitas de Doña Meli al doctor, para luego volver con una misteriosa caja.

Una noche Doña Meli se despierta de madrugada como de costumbre y le dice a su esposo: “¿estás despierto? Hazme el favor de acompáñame al baño que está todo oscuro”.

… y sin abrir los ojos, Galileo tiende su mano sobre la de Doña Meli… al mismo tiempo sacaba una pierna por fuera de la cama para tantear dónde había puesto las pantuflas… Galileo se apura en ponerse los lentes poto de botella… Ella presiona: “¡Vamos ya! Muero de ganas”… De un solo tirón logra mover la cama gracias a la acción de las rueditas… Allí en el baño Doña Meli recién baja del catre móvil para ingresar al baño

Galileo espera cómodamente echado en su cama hasta que Doña Meli sale más aliviada. Basta sentir la presión al otro lado de la cama para que Galileo sepa que ahora debe empujar la cama de regreso.

A diferencia de todas las veces, ahora no había alegría ni risas de chiquillos viejos. Solo el crujir del piso de madera y del armazón de la cama. Una vez en el dormitorio, Galileo cuadra la cama en su lugar habitual, se dirige a la mesita de noche y saca un paquete del tamaño de un estuche de lentes. Mira a Doña Meli esperando a que esté despierta para darle la cajita, pero resulta que está sumida en el más profundo de sus sueños.

Galileo vuelve a echarse sobre el colchón, abraza a Doña Meli desde su costado de la cama y coloca la pequeñita cajita entre las manos de su amada galletita de chocolate. Le da un beso en la mejilla y con voz baja le dice: “abre esto cuando ya no esté más contigo. Te amo”.

Él sabía bien que el misterio era algo que Doña Meli nunca pudo aguantar. Su carácter ansioso la hacía la víctima perfecta de las sorpresas anunciadas, así que a la mañana siguiente ella instintivamente abrió la cajita que Galileo había colocado la noche anterior en sus manos.

Cuando ella le pidió una explicación a Galileo, este no contestó ni la primera ni la segunda ni la tercera vez que lo llamaron. Galileo había muerto de un paro cardíaco.

El velorio se llevó a cabo en la misma casa. Fueron todos los amigos de la pareja, los hijos y los nietos que no pudieron despedirse de él.

Como Doña Meli no podía quedarse sola, la mayor de sus tres hijos, llamada Cayetana, decidió hacerle compañía hasta que las cosas se calmaran. Esa misma noche del velorio, cuando ya todos los invitados se fueron a casa, Doña Meli y Cayetana subieron al dormitorio listas para descansar. Ambas tomaron cada lado de la cama y se quedaron charlando sobre la vida y sobre cómo Galileo hizo para aguantar tantos caprichos y siempre con una sonrisa.

“Ese hombre sin duda mereció una medalla”, dijo Doña Meli tratando de sonreír. “Más bien, hijita… ¿Sabes qué es esto? Me desperté con él cuando todo esto sucedió”.

Cayetona recibe la cajita y la abrió con suma curiosidad.

“Es un dispositivo, pero no sé para qué. Tiene pilas, así que debe estar funcionando… No tiene manual ni nada. Veamos qué hace este botón”.

La cama se movió con brusquedad y ambas pegaron un alarido que se escuchó por toda la casa.

“¡Carajo, Galileo nos quiere jalar las patas!”, dijo Doña Meli mientras se persignaba.

Una muy asustada Cayetana se levanta de la cama y presiona nuevamente el botón para ver si fue casualidad o se trataba de los espíritus chocarreros. Para alivio de ambas, no se trataba de un fenómeno paranormal, sino de un control remoto que permite mover la cama según la dirección en que se apunte.

Ambas se miraron con estupefacción. Cayetana vio debajo de la cama y notó todo el sistema que Galileo había instalado a escondidas de Doña Meli.

“¡Mamá, acaso tú no ves nunca debajo de tu cama!”, le reprochó.

“¡Pero qué iba a saber, hijita! Tu sabes cómo era de loco tu padre”, le contestó entre risas.

Ambas subieron a la cama móvil y se dispusieron a pasear por toda la segunda planta de la casa. Cayetana probó otros botones y descubrió que estaban conectados con las luces de la casa, así podrías iluminar todo el camino mientras te paseas echado en el catre.

Pero había un botón rojo que ambas esperaron presionar al final. Ambas se miran con cara de traviesas y presionan finalmente el dichoso botón.

“WUUUUUUUUUUUUUUUUUU VIENE LA AMBULANCIA QUE MI ESPOSITA SE MEAAAAAAA…. WUUUUUUUUUUUUUUUU”.

¡Era la voz de Galileo! Ambas se destornillaron de la risa hasta las lágrimas. Presionan otra vez el botón rojo.

“WUUUUUUUUUUUUUUUUU YA CASI LLEGAMOS AL WATER… NO TE MEES QUE NO HAY SÁBANAS LIMPIAS WUUUUUUUUUUUU”.

Ya les dolía el estómago de tanto reír. Aún así presionaron el botón nuevamente.

“LLEGAMOS AL BAÑOOOOO… UNA CAMILLA QUE ENTRA MI GALLETITA, POR FAVOOOOOR”.

Galileo grabó nada menos que 3500 frases distintas, todas con cierto humor y algunas dedicadas a Doña Meli para que no tenga miedo a la oscuridad. Lo más divertido era que cada frase era mencionada al azar, así que poder escucharlas todas era una tarea sumamente ardua.

Gracias al último esfuerzo de Galileo, Doña Meli pudo vivir tranquila sin incomodar a sus hijos. Ya las noches eran divertidas y llenas de sorpresas, porque nunca se sabía con qué frase se iba a aparecer Galileo.

Doña Meli sabía bien que un día se acabarían las frases nuevas de Galileo. Para esto siempre escuchaba una sola frase diferente cada noche, así alargaba la sorpresa lo máximo posible. Pero hubo una noche en la que Doña Meli ya había contabilizado 3499 frases. Solo quedaba una que ella aún no había escuchado tras nueve años de la partida de Galileo.

Doña Meli respira hondo y presiona el botón rojo.

“TE DIJE QUE NUNCA TE ABANDONARÍA EN LAS NOCHES, MI GALLETITA. AHORA SÍ DUERME TRANQUILA. TE AMO Y GRACIAS POR ESTA VIDA JUNTOS CON LA HERMOSA FAMILIA QUE ME REGALASTE EN VIDA. DALES UN BESO A CADA UNO DE LOS CHICOS. SABES… SIEMPRE PENSÉ QUE DEBÍ GANARME UNA MEDALLA POR TANTO AGUANTARTE. PERO ESO YA NO IMPORTA. DUERME, MI AMOR. POR FAVOR, YA NO LE TENGAS MIEDO A LA OSCURIDAD”.

Acabado el último audio, Doña Meli acuesta su cabeza con una sonrisa en los labios que ni la muerte pudo borrársela a la mañana siguiente, cuando Cayetana fue a visitarla y halló el cuerpo inerte de su madre entre las sábanas blancas y con la mano derecha prendida del control remoto.

Me pregunto si Doña Meli partió de esta vida con la misma fobia que tanto dolores de cabeza le causó a Galileo. Se supone que las almas no tienen fobias, porque se desprenden de esas sensaciones que solo pertenecen a la vida terrenal. ¿Pero si no es así? ¿Si las almas también tienen miedo a la oscuridad? ¿Cómo alguien puede tener miedo a algo si ya está muerto?

No lo sabemos, pero al menos Cayetana y sus hermanos pueden estar tranquilos durante el velorio, porque saben que si existe un más allá -y ojalá que exista-, siempre estará Galileo con su peculiar ingenio para cuidar de su galletita de chocolate.

Foto: elias quezada – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons