El examen de admisión

Mientras vas creciendo, los dramas de la vida se hacen cada vez más complejos.

Antes cuando una enamoradita te dejaba, pues simplemente se apartaba de ti y dejaban de hablar. Ahora ya se casan con el siguiente afortunado y esperan tener tres hijos, una casa en Miraflores y dos perros, uno blanco y otro negro. Antes un beso bastaba para ser feliz y ahora las parejas con tiempo por delante se quejan del rendimiento sexual, tanto como para que sea motivo de rompimiento. Antes la vida familiar se traducía en un domingo aburrido en casa, ahora consiste en la administración de microdramas por doquier, todos los días, las 24 horas.

Hay muchas cosas que antes resultaban tan simples y ahora se complican demasiado. Lo divertido de estar consciente de esto es que ahora estás en la posición de poder actuar del otro bando; es decir, desde la legión de adultos para dar recomendaciones o lecciones a los más pequeños.

Esto me pasa particularmente con un amigo cuyo hijo mayor está postulando a la universidad. ¡Qué situación para más jodida! ¡Nadie a los 16 ó 17 años está preparado para elegir su vida profesional! Le pregunté a mi amigo qué carrera eligió su hijo, este me dijo que ingeniería mecatrónica en la UNI.

“Gran reto… Si algo te puedo decir, es que si no la chunta a la primera, NUNCA le hagas sentir que fue su culpa. Te lo digo por experiencia propia. Creo que él está también deseoso por entrar como tú. No creo que esté estudiando ahora mismo con el objetivo de no entrar”, le dije.

Mi amigo afirmó con la cabeza. “Pero eso sí, si decide estudiar periodismo, pégale lo más fuerte que puedas hasta que se le pase”, añadí y ambos nos reímos a carcajadas.

El examen de admisión es todo un drama. De joven recuerdo que la fecha del examen era como un agujero negro en el espacio y tiempo, después de ese día cualquier cosa podía suceder. Es demasiado estrés para un adolescente, peor aún cuando los padres están detrás de él para convertirlo en el sueño frustrado y en la envidia de otras familias.

“Mi hijo ingeniero, carajo”, “mi hijo doctor, carajo”… Lástima que mis padres no podían decir lo mismo con el mismo ímpetu cuando les dije que iba a ser periodista. “Mi hijo periodista, carajo”. Ven, como que no suena.

Finalmente uno decide su camino. La crianza familiar es más como una guía, no una orden imperativa sobre lo que debes o no hacer. Esa diferencia cuesta demasiado aprenderla, más aún cuando tratas de ser buen hijo y nunca descontentar a tus padres.

En este sentido, me parece tan injusto machacarle la culpa a los hijos no haber ingresado a la universidad. O sea, lo digo para quienes pueden notar en ellos su esfuerzo por ingresar y aún así no lo lograron. Hay otros chicos que simplemente no les importa y ya, pero hablo de los que sí se lo toman en serio y cuando fallan, la presión aún es peor.

La verdad no quisiera tener 16 años nunca más. No podría volver a dar otro examen de admisión en mi vida, por eso pienso que hay que ser más comprensivos con los nuevos postulantes que sí se meten en la piel de la vida académica. Pero como me dijo un amigo hace un tiempo: “lástima que no podemos ser nosotros nuestros mismos padres para entendernos mejor”.

Foto: Metanoialts – Wikimedia Commons. Bajo licencia de Creative Commons