Honestamente seguro… Inseguramente honesto…

¿De qué sirve ser honesto si no estás seguro de las cosas que haces? ¿De qué sirve estar seguro de las cosas que haces si no eres honesto?

Ambos conceptos -la honestidad y la seguridad- se complementan a la perfección cuando se trata de aclarar las cosas en cualquier tipo de situación, irremediablemente ambas parecen ir de la mano para entender la realidad de una manera estable.

Si eres honesto con algo y estás seguro de lo que estás proyectando, cualquier persona puede asumir con tranquilidad que estás siendo coherente desde una perspectiva sólida, que lo que dices o haces es perdurable en el tiempo.

Sin embargo, hay un pequeño detalle con esta lógica: los seres humanos no somos los mismos a través del tiempo. La honestidad y la seguridad pueden transformarse en una fotografía del momento, algo cuyo valor puede ser 100% verdadero pero inestable si consideramos la naturaleza humana.

¿Se puede ser honesto sin sentir seguridad? Pues claro que sí. ¿Se puede estar seguro de algo sin ser honesto? Obvio que también. Ambos elementos tienen una función independiente entre sí. El problema es que esto no nos basta para tomar la palabra de alguien quien puede jurar ser honesto sin estar seguro, o jurar ser seguro cuando no es capaz de ser honesto.

Parece que la honestidad y la seguridad operan según dos polos cuyo punto medio es algo que denominaría la ‘verdad personal’. La ‘verdad personal’ es algo así como un cúmulo de experiencias que son sinceras a partir de una autoevaluación personal, pero que además están sujetas al reconocimiento de su incertidumbre. La ‘verdad personal’ viene a ser una proyección humana sumamente sincera que no pretende convencer a los demás que somos robots programados para ser honestos y seguros hasta la eternidad, sino seres de carne y hueso que ante la incertidumbre están dispuestas a dar lo mejor de sí a partir del reconocimiento de sus vulnerabilidades.

¡Eso sí es realmente ser honesto y seguro! Lastimosamente, en Occidente estamos acostumbrados a tomar una decisión y nunca cambiarla, porque sentimos que hacerlo es una derrota personal. La filosofía oriental es muy contraria a este pensamiento, ya que consideran que la realidad es un constante cambio. La rectificación es alabada como una acción ante la duda y como autoreconocimiento de lo más elemental de la condición humana: el proceso de constante de cambio a partir de las experiencias de vida.

¿Qué hacer entonces con la honestidad y la seguridad si mi naturaleza humana es cambiante a través del tiempo? Pues primero ser honestos con uno mismo sobre qué sientes o haces en ese momento determinado de tu vida para recién ser honesto con los demás. Mientras más exhaustivo sea este trabajo, implícitamente estarás más seguro de lo que estás proyectando -repito- en ese momento determinado de tu vida. Siempre es en un momento determinado de la vida, porque llegamos a conclusiones en un tiempo específico de la realidad. No obstante, esta labor antes referida está englobada en algo mucho mayor, y esto es ‘el sentido’.

De acuerdo con Viktor Frankl en su libro ‘El hombre en busca de sentido’, “a un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino”.

¡He allí la clave! El hecho de ser honesto y seguro con “algo” no es un fin en sí mismo en la aspiración de la humanidad como ser virtuoso, sino se tratan de elementos circunstanciales que ponen a prueba el desarrollo del sentido que yo le doy a mi vida. Ese sentido es la fuente a través del cuál soy capaz de discernir mis acciones procurando evitar las contradicciones.

El sentido de la vida puede variar. Hay personas que gustan cambiar siempre, otras son más estables. Lo importante es identificar qué tanto mis acciones (como ser honesto y seguro a la vez) dan cuenta de si tengo un sentido de la vida corrupto o reflejan un sentido de la vida más consecuente con mis aspiraciones personales más puras, específicamente con la fibra más sensible de qué me motivó a elegir determinada actitud ante la vida.

Saber cuál es la actitud que uno ha elegido para su vida no es de la noche a la mañana. Para esto hay muchas cosas de por medio: la experiencia, la confianza, el tiempo, etc. Solo es cuestión de ser observador y, sobretodo, ser capaz de mimetizarse con las experiencias del otro para evaluar sin prejuicio determinadas razones que no compartimos hasta identificar las contradicciones más elementales. Cuidado con esto último, porque son estas contradicciones donde se esconde el verdadero monstruo de quienes juran ser algo y acaban siendo todo lo contrario.

Foto: Lisa Verhas – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons