La cobardía de la autocensura

Me resulta incomprensible cómo la gente intenta mantener su vida con regularidad mediante la autocensura. Las personas que creen alcanzar la superación emocional de ciertos episodios traumáticos (violencia familia, desamores, etc.) según evadan los supuestos causantes de su desestabilización psicológica realmente exteriorizan su malestar sin abordarlo a consciencia. Se trata, entonces, de una resistencia al dolor que resulta perjudicial al momento de elaborar un autoanálisis de cómo enfrentamos a los problemas. Lo más triste de esta lógicas es que nos juramos irresponsables de lo que nos sucede, que somos nosotros contra el mundo, pues de autocensura en autocensura se huye de las circunstancias en las que nuestro carácter debe asumir las consecuencias y finalmente superarlas.

«Imagina que mi exenamorado no me puede ni ver. Ambos quedamos en nunca más vernos y acepté sobretodo por su bien. Él realmente la pasaba mal cuando nos encontrábamos», me contó una amiga en algún bar de Valencia, España.

«Pues no me parece lo adecuado. Prácticamente cree estar superándote mediante la autocensura. Realmente no es capaz de asimilar la experiencia. De hecho es una solución entre varias otras, pero no creo que sea la mejor», respondí.

«Pero también es fácil opinar así si no tienes ni puta idea de cómo fue la relación», me replicó.

La miré con atención para notar que justo ella también pasaba por las mismas circunstancias del exenamorado en cuestión. Le expliqué que mi argumento no invalida el pesar que él pueda sentir al ver a mi amiga. No digo que su tristeza por aquel contacto no sea auténtica. De hecho lo es y por eso una alternativa razonable es la incomunicación a todo nivel.

Pero insistí en algo: que esa práctica es una autocensura emocional para dar un equilibrio a una circunstancia en la que ambos no son capaces de manejar emocionalmente. No digo en ningún momento que las emociones no sean auténticas, eso apuesto a que sí. El problema es cuando secundamos nuestras emociones al proceso reflexivo de una circunstancia que nos pide perspectivas contundentes.

Autocensurarse es como huir de los problemas, encerrarse en su propio espacio para darse así tiempo y relajar la intensidad de las emociones hasta rozar el olvido. Pero esto no significa un progreso real, sino uno ficticio en el que exteriorizamos nuestros pesares sin ser conscientes que la tristeza y la felicidad depende únicamente de nosotros mismos y de nuestro código de valores para interpretar la realidad. Ajenarse de las emociones para encarnarlas en personas me parece que llega incluso a la cobardía, a la falta de destreza emocional para adaptarse.

La amiga en cuestión se aferró a su decisión bajo el argumento: «tú qué sabes si no sabes qué pasó entre nosotros». Seguro tiene razón, no tengo ni puta idea de cómo la pasaron, pero no por eso no soy capaz de analizar desde una perspectiva fresca de emociones sobre lo que viene haciendo.

Hay acciones que pueden limitarse a las circunstancias que a uno le embargan.  Por eso digo que autocensurarse es una acción razonable en el sentido que cuida la integridad psicológica del individuo. Pero personas como mi amiga siento que no ven el más allá de la situación. No es capaz de proyectar sus acciones a un todo más amplio para asimilar las experiencias. Se limita únicamente a no sentir y seguir así con la vida. Es bastante pragmático, eso es cierto, pero poco acertado cuando se desaprovecha la oportunidad para conocernos a nosotros mismos a partir de lo que deseamos evitar.