Mi Europa desencantada

Mis últimos días en Lima fueron insoportables. Ya me quería largar, hacer las maletas, dejar las noticias de mierda atrás y experimentar la vida en una Europa que siempre ha servido de ejemplo en Latinoamérica como ejemplo de sociedad, cultura, educación y política. Sentía ansias por conocer el viejo continente donde se originaron las ideas más revolucionarias en el horizonte occidental del planeta. ¡Carajo que moría de ganas!

Pero debo admitir algo: en todos lados se cuecen habas. Hasta la fecha tuve la oportunidad de conocer Portugal, España, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Polonia, Grecia, República Checa e Italia. Fue un viaje fantástico. No lo digo por las fotos de rigor en las zonas más populares y donde cualquiera sueña por conocer… En realidad lo fantástico fue el desencantamiento de Europa.

Europa no está ajena a los mismos problemas que uno detesta en Latinoamérica: corrupción, inseguridad, racismo, etc. Tuve la oportunidad de conocer grandes ciudades en las que sencillamente nunca viviría, a pesar de lo grandioso que debe ser vivir en una gran urbe europea.

En Amsterdam, por ejemplo, me afectó la bohemia que me parecía insoportable, el olor a orines en algunas zonas y la excesiva cantidad de turistas. Uno llega a comprender por qué hay movimientos que están en contra del excesivo número de turistas por cuestiones de gentrificación, afectando la arquitectura y la idiosincrasia de las grandes ciudades. Ya no se trata de visitar París, Roma o Lisboa, sino grandes parques de diversiones dedicados a captar a los turistas más ingenuos, exhibiendo su cara más superficial.

Para llegar a esta conclusión, admito que no soy un turista común y corriente. No me gusta irme de juerga ni hacerme selfies hasta el hartazgo en los lugares más chéveres. Lo que sí me entretiene es “descubrir” la ciudad: analizar las relaciones sociales de su gente, observar sus diferentes interacciones y aprender su historia entre visitas a museos y free walking tours. Ya sé, soy una persona aburrida -por eso viajo solo, a menos que puedas soportarme-, pero es que prefiero mil veces llevarme una experiencia de conocimiento histórico-social que una bonita foto con la que presumir en Facebook.

Me pongo una mano en el pecho: quizá cuando vine a Europa idealicé muchas cosas y acabé en el desencanto que ahora hablo en esta publicación. Pero justo ese desencanto, esa experiencia rica de conocimiento sobre cómo es la vida en esta parte del mundo -supuestamente la mejor desarrollada del mundo-, es lo que realmente agradezco de este gran viaje.

Pensándolo aún más, siento que la verdadera lección de mi desencantada Europa es asumir las experiencias sin etiquetarlas de buenas o malas. Romperse los ideales es la mejor manera de aprender, destruirse un mundo que uno idealiza para extender la zona de confort y acabar perdido en lo extraño, lo desconocido y finalmente lo nuevo.