Lo que aprendí con Fidel…

Hace cuatro años aproximadamente viajé a La Habana con un entusiasmo bastante particular. Mi sueño era conocer “la Cuba de Fidel”. El tiempo apremiaba, porque habían muchas dudas sobre la salud de Fidel Castro por aquel entonces y este no se debía morir antes de que yo pisara su isla. ¡Era una carrera contra el tiempo! ¡Debía visitar la isla con él en vida!

Tuve la suerte (y la dedicación) de visitar la mayoría de museos y sitios turísticos de La Habana. Mi intención era analizar la historia de Fidel Castro y la Revolución Cubana mediante la visualización de material de primerísimo orden sobre cómo se gestó tan importante hecho histórico. Sentía que solo así podía interiorizar la experiencia de Fidel, no solo por lo que siempre cuentan en la opinión pública internacional, sino experimentando sensaciones a través de fotos, videos y artículos históricos.

Fue durante esa investigación que aprendí algo importantísimo sobre Fidel Castro. Hoy en día podemos achacarle a Fidel miles de cosas negativas como la violación de Derechos Humanos, el control estatal sobre los medios de comunicación y un largo etc. Esto no lo discutiré para nada, porque también soy consciente en qué se desvirtuó la Revolución Cubana. Pero quisiera que te detengas en algo muy especial.

Fidel Castro fue tan humano como cualquiera de nosotros durante la dictadura de Fulgencio Batista, y como humano que fue no podemos negar que él tuvo miedo en momentos determinados de su vida. ¡Hay que ser estúpido para no sentir miedo durante una revolución!

A pesar de la cruel represión de Batista, del horror que se vivía en las calles por las políticas anticomunistas, Fidel tuvo la valentía de derrocar a un gobierno dominado por los intereses de Estados Unidos, una de las máximas potencias durante la Guerra Fría.

Todos sabemos en qué se convirtió finalmente la Revolución Cubana, pero hay algo que sería mezquino no reconocer en Fidel Castro: la determinación que tuvo en momentos cruciales y específicos de la historia, independientemente de las desviaciones políticas que hubo en el futuro. En otras palabras, si algo hay que admirar de Fidel Castro, sería la entrega que tuvo independientemente de los resultados y en qué se acabó convirtiendo Cuba.

A Fidel Castro le podemos achacar la culpa de todos los males -incluso, con excelentes razones-, pero no podemos negar que entregó su vida por una causa, estemos o no a favor de esta. Lo que se admiraría, entonces, sería el arrojo personal que tuvo en un momento determinado de la historia, un carácter sin igual, enfrentando el miedo a morir por lo que él creía para cambiar la historia del continente americano. No se trata de evaluar con resultados si arriesgar la vida o no valió la pena, Fidel simplemente lo hizo por sus ideas de lo que era mejor para Cuba en un momento determinado. Esa entrega por sí sola es digna de valorar, sea como fuese el futuro a largo plazo.

Esta reflexión puede aplicarse con los dictadores más polémicos de la historia. Es un trabajo bastante difícil cuando el prejuicio opaca la calidad humana de los personajes más criticables de la opinión pública internacional. La idea es humanizar las sensaciones, ponerse en la piel y en las circunstancias históricas en las que este personaje actuó para evaluar el miedo, el terror y la entrega que tuvo, independientemente de que estemos o no a favor de sus ideas políticas.

Es fácil criticar desde una tribuna. El miedo es omnipresente y ahora podemos insultar a los muertos sin un ápice de consideración sobre las experiencias, sobre las circunstancias históricas. Como digo, sería mezquino no reconocer la entrega que hizo Fidel Castro, a pesar de lo que se convirtió Cuba con los años. Hablo de la calidad humana, de las sensaciones universales y de una mente que se impuso sobre una realidad determinada. Hablo de una historia donde no hay buenos y malos, y lo único seguro es la entrega, el riesgo, el temor o la parálisis por sobreponerse y resucitar la pasión por lo que crees.

Lo que aprendí con Fidel fue analizar la historia sin prejuicios, humanizando las acciones en tiempos determinados de crisis para valorar la entrega de la vida, no por los resultados que este tendrá en el futuro, sino por la superación del miedo a dejar de existir por las más profundas convicciones.

Foto: Marcelo Montecino – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons