El troglodita
Cruzar el charco es una aventura social muy interesante, porque observas las diferencias entre la idiosincrasia de tu tierra natal y las costumbres europeas del primer mundo. Lo mejor de esta parte es tu experiencia como observador-participante. ¡Diablos, sí que aquí las cosas funcionan!
Obviamente que en todas partes de cuecen habas: España y el resto de Europa enfrentan sus propias crisis, pero en lo que respecta los servicios más elementales (seguridad, iluminado público, transporte urbano, nivel de educación, etc.) la realidad es contundente.
Prácticamente te sientes como un hombre de las cavernas cuando tratas de descubrir cómo funciona el sistema de buses por tarjeta, cómo guiarse en el metro o hasta cómo cruzar la pista (seamos sinceros, irse hasta la esquina para recién hacerlo es una utopía en Lima). Incluso hasta para comprar en el supermercado o pagar una factura en el banco. Solo ayer me di cuenta que el sistema de colas es una aberración de convivencia social: la última persona que ingresa a un espacio pregunta simplemente quién es el último y espera donde le plazca, no necesariamente en fila india.
Otra práctica interesante es cómo la gente automáticamente ya sabe que en las escaleras eléctricas deben situarse al lado derecho para así dejar espacio a quienes desean adelantarse. Esto sucede bastante en las estaciones de metro.
Esta experiencia me ha llevado a la siguiente reflexión: ¿qué pasaría en Lima si en una mañana toda la infraestructura urbana (carreteras, hospitales, paradas de buses, líneas y estaciones de metro, etc.) fuese como la de una ciudad del primer mundo?
La respuesta obvia sería que todo se echará a perder debido a que la sociedad limeña -sobretodo sus líderes políticos y burocracia- no está preparaba para tremenda responsabilidad. Es decir, el individuo social sería el mismo a pesar de los evidentes cambios que lo rodean.
Otra perspectiva sería creer que la ciudadanía se adaptaría a esta nueva infraestructura acogiendo una mayor responsabilidad y así sostener la nueva urbe con los años. En otras palabras, la arquitectura urbana generaría cambios en el individuo social.
Si eres pesimista, seguro creerás que la primera respuesta es la más acertada. Coincido contigo, nada es perfecto, pero también creo que el ambiente físico puede generar un cambio en el individuo.
Analicemos, por ejemplo, el servicio del Metropolitano. ¿No te has dado cuenta que al menos este servicio cuenta con mayor civismo por parte de los pasajeros que en las combis y couster? La actitud de la gente es otra, se hace cola en las estaciones para abordar el bus -con cierto enojo, porque los vehículos no transitan con frecuencia- y hasta podría decirse que hay mayor cuidado con los asientos e infraestructura.
Es cierto que este sistema es operado mediante una licitación, no es la ley de la jungla que impera en el transporte público corriente, pero sí hay cierta diferencia en el comportamiento de la gente. Unos pueden atribuirlo al precio del pasaje, pero pienso personalmente que también se debe a que el individuo ve afectado su comportamiento de acuerdo al ambiente de donde está. Obvio que nunca falta quienes transgredan el orden, pero psicológicamente nuestra mente atribuye comportamientos según espacios determinados.
Tengo fe que las cosas cambiarán para mejor en Lima y así evitar que los limeños se sientan unos trogloditas en el extranjero al no saber cómo funciona un sistema integrado de transporte o dejar de mirar atrás siempre para evitar ser perseguidos por algún sospechoso.
Viajar -o sentirse un troglodita con frecuencia- acaba siendo una práctica recomendable para escapar a lo que llamamos “normal”. René Descartes bien lo dijo que quien emplea demasiado tiempo en viajar acaba convirtiéndose en un extranjero en su propia tierra, algo que me parece estupendo para analizar una realidad sin apasionamientos chovinistas.
Foto: Flickr – Ian Dexter Marquez. Bajo licencia de Creative Commons