El hombre del saco de yute (12)
Sus ojos se abrieron. Karem abrió los ojos, pero no despertó. Solo en un sueño podría ver a Jano tan cerca, más aún si se aparece con un niño cuyo rostro resulta tan familiar. Karem se mantiene en silencio, solo observa a Jano y al pequeño que la mira con suma atención.
Jano se acerca donde Karem, se agacha un poco y le muestra el saco de yute que todo este tiempo cargaba con tanto ahínco. Repito, Karem había abierto los ojos pero no despertó, porque sencillamente no daba crédito a que Jano soltara los pequeños papeles de su saco de yute sobre su pecho.
Karem coge uno de los papelitos y observa que estaban en blanco. ¡No tenían nada! Jano lee su rostro, le explica que siempre estuvieron vacíos, porque no había nadie a quien escribirle la supuesta poesía que ya tenía hecha. Su mentira solo era una excusa para ocultar el vacío, los sentimientos cortos que nunca lograron hacerse un espacio en alguien tan solitario.
“¿Por qué los botas? ¿Qué haces?”, piensa Karem mientras Jano se acerca a su oído. Ella sabe que no lo escuchó, pero su rostro fue tan evidente que Jano pudo contestarle con solo ver su expresión.
-Ya no hace falta más soportes para expresar ideas, porque esta aventura se escribirá en tu cuerpo toda mi vida hasta que desaparezcas. No hace falta saber leer para verte y recordar por qué estamos juntos- dijo Jano antes de darle un beso en la mejilla.
Karem sufre del dolor abdominal. El niño se acerca y coloca su cabeza sobre su estómago, suelta un par de besos y abraza a Karem con tanta familiaridad. De a pocos el dolor comienza a desaparecer. El niño aún no suelta palabra alguna, solo la mira, callado, como si no esperara nada de ella, pero con la sensación de que debía quedarse con ella.
Sí, sus ojos seguían abierto, pero no despertó, porque resulta imposible imaginar una realidad en la que Jano se acerque hacia sus labios para besarla en una mezcla de desesperación y ternura, una mezcla confusa de sentimientos pero auténtica en sí.
El niño le toma la mano y ella responde con naturalidad. Se tocan, se reconocen por las manos y se miran como quien se halla a uno mismo ante un espejo.
La ciudad estaba muda. Karem se paró, sintió un poco la brisa y confirmó que un sueño nunca puede ser tan mimético. Tomó de la mano a Jano y al pequeño compañero. Simplemente no quiso hablar, porque la situación era tan emocionante que en el silencio disfrutaban mejor cada momento.
Se quedaron callados durante horas. Incluso, se las ingeniaron para comunicarse a partir de sonrisas esporádicas y gestos graciosos. Hasta el pequeño, que poco conocía del mundo, se entendía perfectamente con quienes serán en un futuro sus…
********************
-¡Pero mira la hora! Ya debes estar durmiendo, pequeño bribón.
-¿Por qué nunca terminas de contar toda la historia?
-Por una sencilla razón… porque la historia dura tanto como dure nuestras vidas.
-¿Qué quieres decirme?
-Que ya sabes cómo termina… Con un hermoso niño cuyo padre le pide que se eche a dormir. Y mañana serás tú quien me cuente a mí cómo sigue el cuento. Buenas noches.