El hombre del saco de yute (9)
Karem anda sin rumbo con una lágrima en la garganta por las avenidas del Centro de Lima. Llora en silencio, se pone muy roja su nariz cuando eso pasa, pero trata de respirar hondo mientras se adapta a la soledad. Antes de cruzar la avenida Tacna, cerca por Emancipación, nota que la soledad no es la misma de siempre.
No es la primera vez que la dejan, o que ella haya decidido dejar a alguien, pero cada vez es diferente. Las ausencias no son siempre las mismas, porque las personas con quienes nos cruzamos en la vida no son las mismas. Aunque el encuentro con Jano fue fugaz, el espacio que abandona es igual de grande cómo el futuro que no llegó a ser. La falsa expectativa es lo que ahora liquida el alma de Karem, que la maltrata en cada paso que da por unas calles frías. Quizá puede pasar por las mismas calles frías que alguna vez andó con Jano, pero nunca serán las mismas sin él.
Las pastillas invisibles que guardaba en el bolsillo aún no se acaban, solo queda una sola y Karem sabe que debe aprovecharla al máximo. Mira al cielo con ojos de derrota y se deja atragantar por la masa gris de la ciudad.
Es curiosa la sensación de andar con la mente ocupada en temas tan sensibles que las personas que te rodean -oficinistas, secretarias, mercaderes- parecen autómatas sin sentimientos, rendidos a su rutina sin apreciar otra cosa que llevar el pan a la casa. De tanto pensar y pensar, Karem no se fijó en el camino y chocó con un joven que hablaba por celular muy triste.
-Lo siento, no fue mi intención- dijo el joven mientras se agacha para recoger sus lentes. Karem se queda callada por la vergüenza.
El joven sigue conversando por el teléfono de manera pausada. Tiene el ademán de quitarse los lentes cuando siente que sus explicaciones no logran darse a entender, o como si tratara de retratar mediante la voz su rostro debilitado por una discusión que parece llevar a ninguna parte. “Te amo, sabes que nunca te lo dejaré de decir”, cerró la llamada para luego ir corriendo en dirección a la estación del Metropolitano.
Karem reacciona, sabe que ya pasó la bochornosa escena y trata de continuar su camino hacia ningún lado. Aunque trata de evitarlo, su mente insiste en descifrar cómo así Jano desapareció de una noche para otra. No tiene explicación, ella sabe que no hizo nada de malo, que nada pudo haberlo enojado o siquiera entristecerlo. Aún así siente en el fondo que hubo una responsabilidad suya, creyendo que el irse es una actividad tan humana que no hay espacio para las casualidades de la vida.
¿Qué tal si Jano está buscándola? Puede ser, pero como están incomunicados cómo saberlo. Se está haciendo de noche y Karem tiene frío, dormir es lo último que está pensando. Solo busca un alivio para sus dudas, pero jura no volver a servirse de las pastillas multicolores, esta vez no quiere escapar.
Las luces amarillas de los postes ya iluminan gran parte del Centro Histórico. A pesar de andar por calles oscuras, sabe que no teme a ser asaltada, porque nada de valor lleva consigo, salvo el amor herido y una curiosidad perniciosa.
Cuando la oscuridad se vuelve plena, Karem aprovechó su última moneda en tomar el bus. Aborda el vehículo con ninguna esperanza y se sienta al final para solo apoyar su cabeza sobre la ventana. Quizá el temblor alivie sus pensamientos turbios y aplaque con pequeños golpes el dolor de pensar los sentimientos.
La mala suerte perseguía a Karem. Al menos, eso creía cuando el cobrador le dijo que debía bajar en la siguiente esquina; el bus había llegado a su último paradero. Karem no le responde al cobrador con la mirada, solo mira a través de la ventana sabiendo que debe atender el pedido del cobrador.
Estaba muy callada, como si por dentro de su cuerpo hirvieran las palabras y desapareciera todo tipo de lenguaje verbal. Su rostro parecía de enfado, pero no es precisamente eso, sino una mezcla de sentimientos extraviados que descosen su percepción de la realidad. Los ojos, eso sí, los tiene de enamorada.
-Disculpe, señorita, debe bajarse. Aquí tiene su pasaje-, el cobrador le extiende una moneda de S/. 1 y abre la puerta trasera del bus. Ella agarra la moneda, se abriga lo mejor posible y regresa nuevamente a la calle.
Cuando guarda la moneda, Karem escucha cómo esta choca con otra en su bolsillo. En realidad, nunca había pagado el pasaje, sino que el cobrador se confundió al decirle que llegaron al paradero final. Ella lo toma como un gesto divino de gracia ante la necesidad y sonríe aunque sea de manera sucinta.
Karem retoma el camino hacia ningún lado, no reconoce las calles y tampoco parece importarle. Solo no deja de condenar al maldito bus que tuvo que detenerse y obligarla a bajar. Al menos, tiene una moneda más al bolsillo. Un pan más para comer, pero ¿qué alimenta al corazón?
Tratando de resolver esta duda, Karem tropieza con una saliente de la vereda y cae de rodillas. Nadie parece haberla visto accidentarse, por lo que ella tuvo que recomponerse por sí sola.
Apoya su mano sobre la pared para acomodarse los zapatos y cuando se dispone a seguir caminando, nota que su mano está sucia con polvo naranja. Se la sacude y mira hacia la pared donde se había apoyado.
La respiración de Karem se detuvo por completo y sus ojitos rojos se aliviaron. A pesar de haber caminado sin destino alguno, una extraña fuerza mayor movió sus fichas para que Karem tenga un rumbo lleno de esperanza. Aunque no lo haya visto desde hace buen tiempo, Karem tuvo en su mano derecha el polvo que conformaba el nombre de Jano escrito en la pared.
Foto: Wikipedia. Bajo licencia de Creative Commons