Cuando no puedes dormir

La prueba más fidedigna de que algo te importa es cuando no puedes dormir tranquilo por ese asunto. Personalmente sufro de las ansias, pero esto es diferente a pesar de que mis uñas estén al borde de arrojar sangre sobre mis dedos. La razón de mi desvelo no es más que el descanso placentero que ha salido como un suspiro de mi boca y navega por el cielo oscuro en forma de un pequeño globo. Y por más que salte con los brazos extendidos, sea desde la cama o la azotea, no logro alcanzarlo.

Desde mi ventana con unas estampillas que pensaba regalar hace ocho horas, percibo que la afligía no está en las cosas que uno trata de convencer a quien se llevó mi suspiro en ese globito, sino en la congoja de no hallar el medio que mejor transmita las confesiones. No son las pequeñas cosas las que ahora me quitan el sueño, como los disparates de tonto con buena voluntad; en realidad, el Universo que acaricio inalcanzable y sus figuras que bosquejan esperanzas sobre el orgullo me maravillan con el encuentro del optimismo donde nadie más lo encuentra. Lo que me mantiene despierto es querer vivir un rato más, robarle un segundo más a la vida que se detiene con el sueño, para hacer de la confesión una certeza sostenible, una especie de caja de resonancia ante los arrebatos de la incertidumbre.

Hoy parece que los ojos no se me quieren dormir, porque algo más me importa que el descanso: dejar la huella de una viandante que marca con sus dedos el recorrido ya trazado cuando nadie más lo ve. Ya serán las 4.30 a.m. y el globito parece haberse ido más lejos en busca de mis fragmentos que se cultivan a lo lejos, en un pecho que por esta noche no coordinará su latido junto al mío.

Foto: marissavoo – DeviantArt. Bajo licencia de Creative Commons