Señales…
Caminas por la calle escuchando la radio y ¡BAM! pasan el tema que menos querías escuchar para el momento. O ves la televisión antes de dormir y ¡BOOM! trasmiten una película que jamás has visto, pero te entretiene porque es justo lo que te viene sucediendo. O subes al bus para irte al trabajo y ¡BLAAAM! una pareja pelea sobre cosas que ni importan, y te ríes porque pasaste por lo mismo y sientes ahora que eran solo tonterías.
Me pregunto por cuántas señales habremos pasado en la vida, esas experiencias que suceden por casualidad, pero a las que brindamos de cierta perspectiva para darle sentido al destino. Con cada señal, digamos, existen infinitas perspectivas para analizarlas y enseñanzas para el futuro. También están las señales que exaltan las emociones, que las acomodan en los escenarios menos pensados para sentir la omnipresencia de un orden natural.
Vale aclarar que hay señales unidireccionales, creadas por la mera casualidad, pero muy instructivas. Solo hay que aprender cómo recibirlas, porque en un futuro pensaremos que significaron todo lo contrario. Las señales son circunstanciales muchas veces, haciendo que el ciego vea donde más le conviene ver; no obstante, hay veces que dan luz sobre los temas más oscuros de nuestras vidas, revelando las sombras que produce el brillo de la razón. Digamos que estas suelen mostrarnos a la fuerza las demás perspectivas que no consideramos en momentos de crisis. O también inspiran bellas creaciones como tributo al destino de las pequeñas revelaciones.
“Si te sientes más solo que la luna…”, escuché en la barra de mi hotel en Varadero. Justo la radio donde pasaba el tema estaba situado debajo de un espejo, por lo que vi mi reflejo junto a un vaso de mojito y una libreta de cuero del Che, donde despojé el alma para sentirme acompañado en mi travesía. Señales, pensé de inmediato. Abrí el cuadernito y empecé a escribir.