Morirse de amor (?)
Cuando nos burlamos de los más cursis, afirmamos con mucha seguridad que no se puede morir de amor. Debe ser cierto, ya que la muerte no es repentina, sino que cada día morimos un poco hasta que el destino dé el punto final a nuestras vidas. Sin embargo, hay pasajes en nuestras vidas que sentimos morir de amor, pero no como las enfisemas o paro cardíaco, sino como una vida cada vez más languidecida por la falta de alguien muy especial.
Explicar dicha sensación es distinta para cada quien, no se puede reducir fácilmente a las mariposas en el estómago. Personalmente, bajo conocimiento de causa, puedo señalar que esa sensación muy especial se siente como un hueco en el pecho que se lastima con cada respiración. Las inhalaciones son cada vez más cortas, mientras que las exhalaciones parecen botar aire caliente, como si fuera un pedazo de alma.
El resto de las condiciones fisiológicas parecen normales, pero no se sienten como si fueran las mismas. La percepción del tiempo es cada vez más largo, las manos se ponen cada vez más frías y las piernas tiemblan como si extrañar pesara de a de veras. La mente se concentra en un solo foco de atención, como si esta pudiera manipular la realidad para hacerla más tranquila y placentera.
No se siente morir en realidad, solo parece que nos esforzamos más para seguir con vida. La inapetencia es otro rasgo que debe aumentarse a la lista de sensibilidades fatales, por ejemplo, pero todo se reduce en una hermosa frase de Joaquín Sabina: los amores que matan nunca mueren.
Foto: Peter Tandlund – Flickr. Bajo la licencia de Creative Commons